domingo, 16 de mayo de 2010

Jorge Arturo: El perro bonaerense y la ironía alquilada

Y me quisiera ir
y llegar finalmente,
piedad, donde se oye
al hombre solo consigo.
Giuseppe Ungaretti

La poesía es concentrada, “deshidratada” casi (en el buen sentido de la palabra), por lo cual el lector tiene que añadir los líquidos de su propia interpretación y su propia experiencia. El lector –el nuevo tótem o dios de la literatura- exige que el poeta exprima una naranja, cuyo sabor aeróbico fortalezca sus músculos y vértebras. De este modo, la poesía es deshidratada como un alimento más, bajo en calorías y grasas, para que sea digerida por un lector ávido en esqueletos y escorzos al carbón. Lector y poesía se juntan en una mezcla ligera, una bebida para el gusto de la masa, que no necesita ya de laberintos y criptas, de lápidas decoradas en el día de los muertos.
Jorge Arturo pertenece a la segunda postvanguardia –aunque el término es vacío y sin sentido–, y el perro bonaerense ladra sobre sus patas traseras a un lunario de eucaliptos, mejor sería denominarlo como un poeta del aplauso o del gran público; porque durante la última década, las grandes masas de lectores de la zona central del discurso narrativo se han desplazado a las áreas refrescantes y periféricas de la poesía, en particular, de la poesía comunicada oralmente. Por eso, la dinámica de las convocatorias de poesía centra su principal interés, su atractivo por así decirlo, en la oralidad, entiendo por esto: la comunicación de la poesía a través de la lectura ante un público heterogéneo. Pero más profundamente debiera entenderse como una imitación de la oralidad, no en sentido estricto, sino en la medida en que se copian giros del habla popular, junto con gestos cotidianos.
La poesía de Jorge Arturo corresponde al otro culturalismo de raíz argentino-española, en la medida de que su formación se funda en los mass media: radio, televisión cine, prensa, tebeos y otros medios de comunicación de masas. Los leitmotiven de esta poesía es la creación de universos poéticos, que gotean por el texto, como figuras y personajes míticos de las nuevas tecnologías masificadoras. En esta poesía, todos los procedimientos encuentran cabida: el bricollage, la escritura automática, las técnicas elípticas, la sincopación y otros recursos irracionalistas, que literaturalizan temas extraliterarios, incorporan elementos artificiosos o exóticos, y hacen literatura sobre literatura.
En nuestra poesía se sintió por mucho tiempo el caudal de piedras rotas de México, después vino un espíritu lejano y marino que inundó las plazas y los barrios de la España americana, siguió el río arrastrando ecos por las sombras y los muelles a media luz de un Chile maltrecho y algunas hojas de coca del Perú, y el río siguió y siguió hasta inundar las fronteras de los nublados, pero el perro bonaerense ladraba desde un acantilado, y por eso no se mojó las patas. Esta mínima leyenda o cuento sobre las influencias de los núcleos culturales sobre la periferia o puente sirve para mostrar qué afluentes han vertidos sus aguas en el lago poético costarricense, también nos sirve de preámbulo a la poesía de Jorge Arturo. Chaman, alquimista, sacerdote Zen, no lo sabemos, pero nos imaginamos que la claridad es una araña peluda como en nuestra infancia, que la poesía no muere en el alba sino en el poeta, en su más inmaculada claridad.
En el poemario Se alquila esta ventana, nuestra Odisea confirma que el culturalismo de la década de los setenta, es un culturalismo de expresión interna, porque el sujeto se haya inmerso en la necesidad de citar y recitar aspectos de la vida moderna, de los mass media que lo programan y programa en su máquina personal. Persiste en nuestra poesía de la mano de los poetas una falsa idea, como una niña que no sabe sonreír, y cuando logra hacerlo nos sonríe desde la oficialidad. La poesía subterránea pertenece al Canon del cristal trasparente, al lenguaje ligero y santificado por Ghanesa, a la poética de lo inservible. Así en la última de las esferas la palabra pierde su condición mística, para volver el rostro a un lector que ya no sabe leer el símbolo y el mito, que no comprende el arte porque el arte es de todos, ciegos, tullidos, abogados y economistas. La palabra concierne a todos los que estén dispuestos a abrir un libro de recetas de cocina. En “Galería de cosas inútiles” el centro –si es que existe alguno- conduce a la coexistencia entre la poesía y la vida:
damas y caballeros
señores del jurado
dejo
mi reloj despertador
el diario de mañana
el toro sentado en las películas de vaqueros
o los vaqueros estilo yon güein
y la fanfarria de esos indios embetunados

críticas y críticos
señores de la ley
también dejo
el apolo 11 y la metida de pata
el león de la metro
los últimos días de los santos
la cara de tom yons al levantarse

una granda en mano cien volando
un mar sin piratas
el recibo de la luz mi diploma de sexto grado
el pájaro loco
un libro cerrado aún de borges
la sacarina el estreñimiento
y para recapitular
las introducciones
al lector
tres puntos suspensivos
una risa sin niño
a ustedes
y a los que se arrastran
a mí
y a los que regresan
las posdatas
las muchas gracias
El poema es un buen ejemplo de cómo el culturalismo de los setenta aparece en la escena costarricense. El dejo de ironía con respecto a los jurados y los críticos de literatura revelan como el poeta ha perdido la fe en la razón, pero no sólo en la razón; la originalidad es la que queda peor parada, porque como tópico se eleva aquello de ya nada es nuevo bajo el sol. El texto se percibe como una despedida a la poesía que creyó en la esperanza, que se creía un arma y podía transformar el futuro. Por eso el texto sigue o aplica ciertos recursos recurrentes, como las referencias a lo cotidiano (el reloj despertador, el diario de mañana, el recibo de la luz, el diploma de sexto grado, la sacarina y el estreñimiento) a la par se nombran los nuevos símbolos del mundo moderno como arquetipos estéticos (las películas de western, los viajes espaciales, la música pop, las caricaturas o comics, y la literatura laberíntica). Todos estos elementos son un legado de la sociedad post-industrial y la materia prima de la post-modernidad. De este modo se sienta el collage, mejor dicho el bricollage, en primera clase estética. Pero no solo se emplea solo este recurso sino la sustitución descubierta por la antipoesía: una granada en mano cien volando. Infiltra el mundo de lo popular, aunque el refrán no es lo suficientemente contrahecho. Así la poesía trata de acercarse a un lector cuya formación se deduce de los mass media, un lector cuyo aplauso reconoce los elementos de su vida cotidiana.
A diferencia de Guillermo Fernández que no logra escapar de las redes de su propia existencia poética, de su desencanto y abulia, Jorge Arturo nos plantea que no hay nada por hacer, así que lo mejor es apropiarnos de lo que hay en nuestro entorno suburbano. La materia prima se forja con diversos elementos (multiplicidad de planos), porque ya no existe la pureza, ni un metarelato a qué aspirar para salir de la ignominia o de la alcantarilla a la que ha sido lanzado el individuo. Existen muchos microrelatos que se mezclan y entremezclan en un cuarto con un cartel de Madonna, en una plaza donde las distintas y diversas vidas de los paseantes se cruzan sin mirar atrás, sin un pasado a que aferrarse para no caer en el vacío de las imágenes y de lo hecho, dado y santificado por la masa.
El último mensaje que nos envía este poema es la ironía, como única forma de sobrevivir al sinsentido de la vida, para sobrevivir a los múltiples discursos, que hacen de la realidad un objeto fragmentario. Los fragmentos del universo forman parte de lo que podemos entender como postmoderno, pues se reemplaza el arquetipo y la utopía por el simulacro, y se sustituye el mito (logos) y la ideología (ciencia) por la simulación, porque el discurso no hace otra cosa que copiar lo que existe en la realidad. Pero esta al encontrarse formada por diversos planos, niveles y sistemas se transforma en un ente inabarcable, del cual solo se puede extraer aristas, minúsculos pedazos de cuarzo, hilachas de ideas que toman diversos formatos, desde los mass media hasta la literatura, entendida esta última como una mística sin dios necesario.
A pesar de lo chocante que es expresarse técnicamente con un metalenguaje vacío, lo más indicado sería afirmar que la poesía de Jorge Arturo es como un pulpo que arroja llamaradas de tinta sobre la Cosmopolitan, o que ladra como un toro de fosa con una presión en las mandíbulas de mil quinientas libras, o por ejemplo, que ríe con la misma risa de los ebrios de Chelles, aunque algún día alguien olvide donde se podía estrenar una cerveza y una boca (botana) de pellejo de chancho. La poesía arturiana, como en la mesa del rey Arturo, se precipita en la mesa redonda de algún bar de San Pedro, queriendo ser subterránea, como intentaron los poetas alguna vez en La boca del monte. Pero la poesía no escapa de la institucionalidad, no existe sin la institución del libro –objeto y fetiche– de un lector ávido de historias inenarrables.
Jorge Arturo siguió, más o menos fiel, al perro bonaerense que ladraba en el traspatio de su ventana. Indiscutiblemente, fue una moda que en él pronto cayó en desuso, pues en la búsqueda de la claridad Oriente tenía mucho Tao que ofrecer a la poesía. ¿Sería que la ironía fue alquilada en Buenos Aires como en los casos de Molinari y Revagliatti? No, la ironía es el rasgo que predomina en Jorge Arturo, la ironía adolescente que no deja de ladrar, aunque sea prestada como sucede en “el arquitecto” de Perrumbre. Pues la ironía puede cambiar de máscara y de postura, y al final permanecer oculta entre líneas, entre espacios sin llenar por las medias Adidas o los animados de la Warner Brothers.
me levanto como un perro
sin las manos
de un niño me voy
para el trabajo

de camino
quizás
un mujer me ofrezca sus pechos de naranja
un hijo
me regale un soldadito rojo
como las nubes de mi valle

quizás me atropelle un autobús
o me escriba un poema

pero si no hay con quien celebrar
no habrá pasado nada
no pasará nunca nada

seré como el arquitecto de las manos
llenas de planos piedras argamasas
obreros
en busca de un pedazo de hueso
donde edificar la sangre
El lector se da cuenta que, cuando mira por encima del hombro, aquel ladrido furioso se ha ido apaciguando entre cortinas. Hay ironía eso no se puede dudar, pero ahora la ironía está bañada por un pelo de gato de tristeza. Jorge Arturo se comporta como un intelectual estratégico, ladra pero no muerde, aúlla pero ya no escarba en las raicillas del grito. El intelectual estratégico tiene como finalidad aliviar las angustias, destruir lo que destruye, vehiculizar el sufrimiento común hacia las esferas de la experiencia y de la memoria5. Una conciencia común sobre la vaciedad del discurso o los discursos enfrenta al poeta a un sueño que mira con nostalgia, con la misma nostalgia de quien quiso edificar un mundo a la medida de la nada. Por eso se acepta la ausencia como fin último, como espejo último de la soledad de los grillos cantores y del edén primitivo.
Perrumbre es un libro dedicado al amor y a la amistad, a los oficios y a los maestros como Coronel Urtecho. Pero este poema en particular nos recuerda aquel otro de Rafael Estrada, en que los hechos cotidianos forman el cardumen de cosas que dan origen a la vida como a la poesía; aunque quedan al descubierto las diferencias, las semejanzas se ocultan tras la mujer que le sirve naranjas a Rafael y la esperanza de Arturo de que la mujer le dé sus pechos de naranja. Al final del cuento solo sucede un cambio de perspectiva o de finura pues se pasa de la cosa deseada al sujeto deseable. El tránsito por la vida es sin duda una construcción arquitectónica como la poesía, y pareciera que Jorge Arturo nos quiere recalcar que toda obra se levanta con sangre y huesos, con tradición y ruptura. De aquel espacio pletórico de la Arcadia tropical, el poeta no recuerda ya nada, por eso necesita, le urge encontrar algo dentro de sí para darle sentido al vacío y la vaciedad de la existencia. La zoomorfización del sujeto hablante representa una nueva etapa en el desarrollo de la poesía costarricense, de príncipe en torre de cristal a conciencia del pueblo con Molotov incluido, termina siendo un canino, el mejor amigo del hombre, y ya no el hombre que alguna vez creyó en el amor humano. El poeta can solo puede mirar y ladrar, ladrar y mirar, rascarse la sarna en algún poste del alumbrado público, porque su tiempo ya ha pasado, su esperanza ya se ha ido, y solo, solamente queda la rutina del trabajo, que ni nos hace más nobles ni nos apoca en una época de lenguas flácidas y palabras ligeras.
El intelectual estratégico que se revela en Jorge Arturo quiere creer en la utopía, pero sin caer en la utopía, algo así como soy pero no soy. Esto nos descubre el vacío de un metarrelato, que atraiga al artista como palomilla al bombillo celeste, a la lámpara de Aladino. Con esto quiero referirme por última vez y desde mi duodeno al desencanto, porque desde la década de los cincuenta estamos desencantados, solipsistados, ergotizados y acalambrados. No hay suficientes máscaras para ocultar los horrores de la crítica racionalista, de los jurados cartesianos, de la institucionalidad de las instituciones líricas en Costa Rica. Por eso, no me sorprende que lo underground sea parte del Canon y que este a su vez, de una tradición contra la ruptura.
En fin, la poesía de Jorge Arturo básicamente se distingue por la ironía tristísima, porque se plantea la creación poética como una copia de una copia (Picado), que alguien más copia y así sucesivamente hasta el infinito. En cambio su alter ego (Fernández) aún se pregunta por qué se escribe, para quién se escribe, vale la pena escribir. Indiscutiblemente ambas posturas tienen en común la diferencia y en particular la semejanza de aquel metaloide de cuarzo, que refleja los tenues golpes de un pedernal furioso, de un campo, un pueblo, una ciudad rural y urbana, de una verdad y un rastrojo de diente de león. La identidad de ambas visiones solo se sostiene en el fondo remoto del individuo, del sujeto que aferrado o no, pronuncia los pictogramas de una angustia. Trabajo y juego de ajedrez, risa y seriedad de abanicos, lo inasible de la identidad poética se encuentra en cada pliegue, cuando oculta el rostro, digo la cara de la raíz decagenaria y canosa de nuestra poesía.


Ungaretti, Giuseppe "La piedad" en Antología de la poesía italiana. (Traducción de Manuel Durán) México: UNAM,1961.
Alonso, Rodolfo. “El boom de la poesía latinoamericana” en Casa de poesía Silva. No. 8. Enero, 1995.
Jongh Rossel, Elena (de) “La joven poesía española” en Florilegium. Madrid: Espasa-Calpe, 1982.
Cullen, Carlos. “Ética y posmodernidad” en ¿Posmodernidad?. Buenos Aires: Editorial Biblos, 1991.
Fragomeno, Roberto. Intelectuales (el obstáculo de los espejos). San José: Perro azul, 1993.

2 comentarios:

  1. Poeta amigo Cristian Marcelo:

    He recorrido detenidamente el texto anterior. Gran aporte haces con esta crítica. Edificante. No hay que agregarle nada más.

    Abrazos fraternos en Amistad y Poesía verdaderas,

    Frank.

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  2. Hola Cristián, mi nombre es Saúl. Me encantó, al igual que Frank Ruffino recorrí detenidamente tu texto, y es realmente gratificante ver el nivel de compenetración y fineza crítica con que redescubrís a Jorge Arturo.

    Yo tuve la oportunidad de hablar con él una vez poco antes de que muriera y decirle que era mi poeta costarricense preferido. Es un poeta extraordinario, y estoy muy interesado en su obra (la cual tengo casi completa).

    Jorge Boccanera me recomendó este link y le agradezco. Y por supuesto gracias a vos Cristián por escribir sobre este pulpo que arroja llamaradas de tinta sobre la Cosmopolitan y sobre todos nosotros.

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