viernes, 22 de noviembre de 2024

Prólogos, contraportadas y reseñas de mis libros

 


Prólogo de Todo es lo mismo y no es lo mismo

 

            La poesía de Cristián Marcelo es doblemente vital. Es vital porque responde a sentimientos y a experiencias vividas a profundidad: amores, ausencias, lecturas…Vital porque es una poesía con vida propia, dinámica, en constante evolución.

            Cristián Marcelo es un poeta que vive la angustia y la felicidad, ¡vaya, el amor! Con una pasión casi wertheriana. Lo que pasa es que hay algo erróneo en el argumento literario del Werther de Goethe, algo de ficticio en tanto sufrimiento disfrazado de amor; cierto masoquismo narcisista cuyo disfrute está en que los demás nos vean sufrir y ¡ojalá! Sufran con nosotros. Pero no hay tal amor ni sufrimiento, y en el caso del Werther, aún la muerte es solo un truco literario: no es posible que nadie  se suicide después de desbordar su entusiasmo –su angustiado entusiasmo– en tinta y papel, como lo hizo Werther…Son todas simples máscaras. Bellas, tétricas, pero al fin máscaras.

Hay algo de esto en la poesía de Cristián Marcelo. El lector avezado descubre fácilmente que el poeta es muy joven y que todavía no descubre o no quiere descubrir, las raíces más profundas de  su felicidad y de su angustia. Entonces inventa máscaras: bellísimos poemas que nos hablan de amores y ausencias, calles y soledades…temas y sentimientos sobre los que tanto se ha escrito: Todo es lo mismo.

            Pero cuando dice: “Entonces/ me despojo de mi sombra/ y le cuelgo su color a la distancia” o, cuando afirma, inventando soledades: “No ven que me siento solo/ y ni siquiera encuentro a Dios/ mirando en la ventana”, o cuando desafía a la mujer amada (¿o al eterno femenino de que hablaba Goethe?) al espetar: “Usted, desde luego,/ si desea que guarde mi distancia bajo su ropa, / puede dar el primer paso, / pero solo el primero.” , entonces caemos en la cuenta de que no es lo mismo. De que hay una  esencia privilegiada, en la que por supuesto, intuimos la huella de Parra y de Neruda, el adverbial sufrimiento de Vallejo, la luz azul difusa donde aún vive Lorca. Pero sobre todo, un sendero propio, o mejor aún, diversos senderos que nos llevan al alma enmascarada de Cristián Marcelo.

            Me emociona presentar este primer poemario de Cristián Marcelo, porque sé, sin asomo de dudas, que en sus próximas publicaciones encontraremos que todo es lo mismo…pero no es lo mismo. La similitud estará en la esencia, en la particularidad de Cristián Marcelo. La diferencia estará en la profundidad: cada vez más raíz y menos máscaras, aunque… ¿Existe algún poema que no sea un antifaz?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Prólogo a Entre dos oscuridades

 

LA POESÍA DE CRISTIÁN MARCELO

 

            Cristián Marcelo es un caso de ascenso, logrado por el interés constante de desenmarañar la poesía para conseguir su voz propia. Un buen augurio: la dedicación, el estudio, el reto. Esto debe hacerse. No se puede remachar siempre sobre lo mismo, si ello se hace con lo mismo. Debe ejercerse el oficio, el oficio de poeta.

            En Cristián Marcelo se siente la forma de cabalgar las influencias: están pero no se ven. La generación del 27 sigue maniobrándolo, pero sutilmente. Se adivina Cernuda, Salinas, el eco de Hernández. Juan Ramón lo corana. Acrecentado –pan con levadura− con algo más reciente, incluso en el tiempo actual: el surrealismo: contraste de lo real con lo imposible. No propiamente el mundo simbólico de los sueños (De Chirico, Dalí, Miró), sino casi continuación –digamos consecuencia− de lo que Tristán Tzara y remachó André Bretón: definición. Según el último: automatismo sicológicamente puro, a través del cual se pretende expresar, verbalmente, en la escritura, el verdadero proceso del pensamiento, sin que intervenga el control de la razón, y sin tener en cuenta ningún tipo de consideración estética ni moral.

            Es un hecho que la literatura subsiguiente lleva –puede que consciente o inconscientemente− una influencia de ese surrealismo, vivido y cultivado por Apollinaire, Aragón, Cocteau, y después por Eluard, Saint John Perse, Dylan Thomas, García Lorca, Kafka, Rimbaud, William Blake, Vallejo, Lezama Lima.

            Deslindamos: en Cristián Marcelo no existe una influencia paralizante. Ha tomado lo que hay que tomar y, al usarlo, crea su propio producto: una poesía novedosa, sin atisbos de ligamen pero ligada, llena de novedades tremendamente viejas.

            Saludamos la aparición de ENTRE DOS OSCURIDADES. Ellas nos iluminan para seguir la trayectoria de un poeta valioso, que está haciéndose.

 

                        Francisco Zúñiga Díaz

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Contraporta de Grado Cero

 

El lenguaje sirve de límite al mundo; cualquier intento de traspasarlo –mediante la estética– se vuelve temerario. Grado cero no acepta fronteras: dice lo indecible. El poeta, Cristian Marcelo, logra esto mediante la imagen surrealista y el motivo. Esta lógica le da pie para tejer un denso imaginario a través de todas las páginas del poemario, alejándolo así de la acostumbrada recopilación de poemas con temática individual (en otras palabras, estamos ante una obra total). Dicha densidad de ninguna manera afecta la belleza de su sonido, al contrario, cuando leemos Grado cero encontramos que la lengua deshace las silabas armónicamente y el fonema transmuta sonoro para recorrer cada rincón de lo posible. Esto se debe a un entendimiento agudo de la tradición lirica española por para del autor y su debida exégesis; una reivindicación necesaria.

Dicho todo lo anterior, se debe aclarar que este libro no es inocente. En realidad, lo que palpita en sus hojas es una violencia sutil y sinuosa; un querer confortativo –inédito en la obra de Cristian Marcelo– que se entraba en combate con la lengua. Esto pone en manifiesto a un poeta de voz disidente entre el homogéneo coro de la poesía costarricense: voces que siguen ciegos dos variantes de una misma canción. No, aquí lo inteligencia gana y se convierte en una bala que pretende traspasar la barrera de la semántica y también existe el silencioso impulso del escritor en pelea aireada con la estructura y el signo de la realidad.

 

Diego Quintero

 

PRÓLOGO

 

 

GRIMORIO DEL EMPERADOR AMARILLO es un libro signado por la magia, lo oculto y lo sublime que tiene la palabra. Cristian Marcelo asume la postura del sacerdote órfico, develándonos sus secretos de una forma sutil, elegante y descarnada. En el mismo poema que lleva como título este libro, ya nos lo anuncia:

/ El libro que lees es un cielo gentil, un llanto delicado, un ladrillo galante, edifica al mundo, a la flor inculta, al viento silvestre/

Es un canto sincero y diáfano que nos llevará por el camino del vacío, de la muerte, de la verdadera postura que debe tener la poesía y con ella el devenir de los poetas, es un renacer de la conciencia cósmica de la palabra, es buscar el camino de la iluminación, pero cumpliendo la dura tarea del depredador, como los animales de la noche, que pueden ver agazapados y en el más completo silencio de las sombras, a su presa, para así devorarla sin piedad alguna, cumpliendo con su misión por encima de cualquier obstáculo o distracción. La muerte está presente en todas sus manifestaciones a lo largo de todo el poemario.  

Nos habla del vacío de la existencia, de su dolor, cuando nos dice Cristian Marcelo en su poema A ORILLAS DE LA MUERTE:

/En lo profundo, algas duelen, duele el vacío/

Así el poeta cae en el vacío y muere bajo sus aguas. Es el encantamiento del poeta-mago, el poeta-sacerdote que cuestiona sin remilgos la poesía burda, su banalidad post-moderna, la espuria situación en la que se encuentra hoy en día, confrontándola, develando enigmas, andando el camino del dolor, sintiendo la necesidad impostergable de volver al principio sagrado de la poesía como revelación, como misterio, don y enigma.

Ya lo dice en el poema ANTIRETRATO en dónde cuestiona a esos desactualizados y desarraigados poetas diletantes:

 /Sí, la legión del mal, poetitas bukowskianos que atentan contra el marfil de mi torre/…de los que prueban el ajenjo con galletas soda y atún enlatado/

La muerte está presente en todas sus formas, algunas veces es una hembra:

/que los pezones violetas insinúan/

También es una condición, como en el poema ESTÍO que el poeta Cristian Marcelo finaliza con estos poderosos versos:

/fuimos muerte y nada, este vertedero que aúlla en la oscuridad/

Nos dice también cuál es el destino de la poesía en su verso POETAS HUÉRFANOS:

/nuestra orfandad revela su desnudez/

También nos la recuerda cuando finaliza estos versos diciéndonos:

/sabe que al final el espectáculo debe continuar/con las sillas vacías/ y el público muerto. /

Así mismo en el poema NOCTURNO ONÍRICO, nos revela:

/la vida de un hombre no es nada/ esa nada pronuncia lo indecible/ esos ojos se apagan al final del poema/

La muerte es siempre dolor y vacío como nos lo dice en el poema A ORILLAS DE LA MUERTE:

/En lo profundo, algas duelen, duele el vacío/

Así mismo hay un cuestionamiento a la vida, a la muerte, a Dios, como cuando nos sentencia en el cierre de su poema BITÁCORA DEL ERMITAÑO:

/El hombre espera/ Godot espera/

Como también nos lo dice en su poema VUELTA DE HOJA:

/seguro que la vida es un viaje al fondo del abismo/

Así mismo en el poema NEO-CREDO nos afirma cuál es la misión última de la poesía:

/asombrar el asombro,

acariciar la caricia,

dar pan y pez al que deambula/

Como también nos dice en su poema CREDO ERÓTICO:

/ Todo poema es una mujer o su tatuaje, lo demás –dijo el poeta− es silencio/

En CREDO SÓFICO cierra el poema con estos versos premonitorios:

/siempre supe que abrazaba el horror en las formas del vacío/

Por eso a lo largo de todo el poemario, de su periplo y de esta estoica misión, nos aclara, desafiante:

/hay muchos poetas…/ que me juzgan desde sus pelucas académicas/

Por último nos confiesa su soledad sentimental, al contarnos en su poema ADENTRO:

/la mujer que esperaba hace veinte años aún no ha llegado/

Cristian Marcelo utiliza el lenguaje poético de una manera profética, armoniosa y elaborada, conocedor y hacedor del verbo, de su prisma, nos va mostrando todas las luces y las sombras, los claroscuros que tiene la ruta de la poesía, a veces es fatalista, otras sardónico, pero siempre siendo un hábil artífice de la magia y del placer que conlleva saberse un gran mago, con su grimorio amarillo, con sus sutilezas y sus revelaciones, no siempre alegres, no siempre tristes, pero sí lúcidas, bellas y claras; Cristian Marcelo nos regala su poesía más elaborada, refinada, sutil y profunda, con esa fineza que solo el bisturí luminoso de un cirujano de la palabra puede realizar. Sin temblarle el pulso, diseccionando en la piel de la poesía, para hacer de ella una hermosa y sana criatura que vivirá por muchísimos años más, gracias a su mano prodigiosa.

Celebro este libro, como lo que es, un valioso aporte a la poesía de nuestro país.

 

 

Ignacio Carballo Luján.

 

 

SOBRE GRADO CERO

 

Hermoso texto sobre el oficio poético y el devenir de la palabra. Cristian Marcelo nos muestra otra vez que es un poeta hecho y derecho. Esta reflexión sobre la palabra literaria (el grado cero de la escritura, como diría Barthes) produce textos bien hilvanados, pensados, con metáforas perfectamente estructuradas, en un discurso en donde prima lo lírico por encima de lo narrativo. Gran muestra de un poeta consolidado.

 

Mainor González Calvo

 

CR-Poesía. Cristian Marcelo. Por Guillermo Fernández

 

Cristian Marcelo (San José, 1970) es un poeta que ha trabajado la poesía en forma aplicada y auténtica. Ha publicado varios libros desde 1994. Ejerce una activa correspondencia virtual con sus colegas y es muy versátil con sus ecuaciones irónicas sobre la labor en el campo de la poesía. Nos interesa dirigirnos a uno de sus libros publicado en 2014, de largo título, “Fábulas de un poeta que lee en un teatro vacío esperando que sus lectores nazcan del polvo de las butacas”, que puede ser de entrada sorpresivo. Sin embargo, nos parece el título una licencia de quien desea romper dogmas, como aquello del título breve para captar la atención de los lectores. En este caso, el poeta no desea captar la atención de cualquier lector, sino del lector de poesía, que en el país debe caber todo en una casa pequeña de clase media. La poesía de este libro rehúye condescendencia con el destinatario. Sus poemas inician bajo títulos también largos y parecen homenajear a ciertos autores y autoras, nacionales o universales, que ofrecen sus vidas fugaces en versos de una orfebrería consistente y de una concepción impecable. La erudición poética de Cristian Marcelo se expone en estos poemas que invocan a sus amadas influencias. Alejandra Pizarnk, Mozart, José Kózer, Neruda, Sade y su Justine, John Keats, Eunice Odio, Juan Ramón Jiménez, Yibrán Jalil, Allen Ginsberg, Roland Barthes, Paul Eluard, Francisco Zúñiga Díaz, Jorge Charpantier, Alfonso Chase, Luis Cernuda, Max Jiménez, Miguel de Unamuno, entre otros muchos, pasean por las páginas de “Fábulas de un poeta…”, como invitados a un diálogo infinito, es decir, como espectrales acompañantes. Señalamos que este poemario posee juegos con el lenguaje mismo, las teorías literarias, las vidas de los literatos que se consagraron a su destino, y que resulta un desafiante y refinado convite para quienes exigen un oficio verdadero en el muy “retocado” arte actual de la poesía. A algunos les parecerá un intento muy académico por poetizar a los poetas y sus leyendas. A nosotros nos sugirió estupendas lápidas que custodian el acervo poético de un autor que escribe para sus referentes, para sus mentores y amigos de la imaginación. Por supuesto, nos volcamos por los poemas donde Marcelo está solo con su propio testimonio –más por razones de gusto cuestionable–, y que le permiten creaciones de tanta calidad como el poema siguiente, que mostramos como ejemplo:

 

LAMENTO DE UN PERRO BABILÓNICO EN PELÍCULA ARGENTINA

 

Estoy hueco, lo sabes.

Si me miras, lo sabes.

El amor siempre falla.

Todo en mí es vacío.

Me dejaste vacío,

hondamente hueco,

me arrancaste de mí,

arrojándome al Samsara.

 

¿Conoces la nada?

Es como mirar el cielo raso,

como acariciar la noche.

Ahora no tengo alma.

¿Sabes cómo se mata un alma?

Solo necesitas mirar esos ojos negros,

esa sonrisa ingenua,

esa desnudez vestida de cuervos.

 

Estoy solo en mi nada,

deambulo por las orillas

de mi propio vacío,

como ciego, deambulo,

desgarrado, deambulo,

entre mi cuerpo y mi alma deambulo,

desierto de mí, deambulo.

 

Solo, terriblemente solo,

cargo los recuerdos como aullidos,

cadáver sangrante y feliz,

esternón que cuelga del vacío

y resuena en el vacío,

eso soy,

esta oquedad que creaste de noche.

 

G. F.

 

https://caminantedelsur.com/2020/06/02/cr-poesia-cristian-marcelo-por-guillermo-fernandez/

 

La poesía de Cristian Marcelo Sánchez constituye parte de las tendencias que dominan la poesía joven de Costa Rica. Su poesía es, a mi modo de ver poderosa, intensa y tremendamente sorprendente. Hoy tengo la suerte de poder contar con su presencia entre mis letras, cosa que le agradezco vivamente. Es para mí un gran honor poder presentarlo a quienes no lo conozcáis, porque es un escritor en el mas amplio sentido de la palabra. Era Juan Ramón Jiménez el que decía que un buen poeta no lo es hasta que demuestra saber escribir bien en prosa. Y en ese sentido Cristian, lo demuestra en sus comentarios sobre muy diversos temas literarios. Aquí presento solo tres poemas. Os recomiendo que le visitéis en un bitácora http://los7ahorcados.blogspot.com/. Os aseguro que merece la pena.

 

http://perfectoherrera.blogspot.com/2010/11/poemas-de-cristian-marcelo-sanchez.html

 

ANTOLOGÍA DE POEMAS DE UN GRUPO IRREAL PERO POSIBLE. Carlos Porras.

 

Fragmentos Fantasmas. Cristian Marcelo

MCJD San José, Costa Rica, 2000.

Los poetas costarricenses del hiperbarroquismo, lejos de ser personajes fantásticos fruto de una imaginación desbordada, son caricaturas de seres reales que con frecuencia se dejan ver en nuestro panorama poético.

Una vez recuperado de la fuerte impresión de la primera lectura de Fragmentos Fantasmas, tras reflexionar un poco, hube de llegar a la conclusión de que se trataba de una broma. Una broma elegante, ingeniosa y de buen gusto, por cierto, pero una broma al fin y al cabo.

A finales de los años noventa, la oficina de publicaciones del Ministerio de Cultura publicó varios libros de autores poco conocidos. Dentro de esa colección apareció Fragmentos Fantasmas, de Cristián Marcelo, una antología en que se recopilaban las creaciones del grupo R.I.P., que funcionó en Costa Rica en los años ochenta, simultáneamente con el grupo Octubre Alfil 4, el Eunice Odio y el Taller de Chico Zúñiga, y cuyos miembros cultivaban un tipo de poesía a la que denominaban "hiperbarroquismo".

Curiosamente, ningún lector atento a la literatura más inmediata ha oído hablar nunca del grupo R.I.P. ni de su gurú, fundador y maestro, el poeta Francisco Sierra. Con la conciencia de que son totalmente desconocidos, Cristian Marcelo, estudioso de la literatura que se ha ganado una bien merecida fama de ser serio en sus juicios, abre el libro con una introducción en la que explica que, a pesar de haber pasado inadvertidos en el plano local, los poetas del R.I.P. lograron publicar en revistas importantes y de alguna forma significaron un movimiento poético digno de ser tomado en cuenta a la hora de considerar la evolución de la poesía costarricense. Históricamente, los ubica como inmediatamente posteriores a la generación de Osvaldo Sauma, Ana Istarú y Lil Picado. No deja claro si llegaron a publicar individualmente y pasa a dar las coordenadas de su movimiento.

Su propuesta, resumida en máximas de gran abstracción redactadas con solemnidad de proclama, se inclina por la exquisitez, por asumir la poesía como una actividad intelectualmente elevada y estéticamente compleja.

Viene luego la muestra de poemas de cinco miembros del grupo: Francisco Sierra (el líder), Manuel Coto, Carlos Correa, Fernando Marcial y William Zúñiga, cada uno presentado con una breve nota biográfica en que se mencionan su nacimiento, sus estudios y las actividades a las que se dedicaron luego de su breve paso por la poesía. En esa nota se incluye además la opinión que Sierra tenía de la obra de cada uno de sus pupilos.

Si bien cada uno muestra un mínimo de toque personal, todos tienen en común una grandilocuencia añeja y enojosa y unas pretensiones mucho más elevadas que su propia capacidad.

Está claro que los poetas del grupo R.I.P. no son más que una partida de arrogantes, de esos que creen que lo mejor que pudo pasarle a la literatura fue que ellos se hubieran decidido a escribir. Se trata de uno de esos grupos que desconocen las proporciones y que tras eternas y soporíferas habladas teóricas, anuncian que han descubierto algo tan nuevo como la sopa a base de agua.

Un grupo de lectores iniciales que, deslumbrados ante sus primeros hallazgos, abrazan a determinados autores (por lo general extravagantes), los declaran "geniales" y pasan a venerarlos como sus santos patrones.

Este tipo de colectivos, aunque en su época de mayor cacareo hacen el ridículo de la forma más grotesca y proclaman su ignorancia, pedantería y estupidez a los cuatro vientos, por lo general pasan sin pena ni gloria y acaban en el más absoluto olvido.

¿Por qué entonces el interés de alguien serio, como Cristian Marcelo, por rescatar su obra? ¿Por qué publica la edición antológica el Ministerio de Cultura? ¿Cómo es posible que nadie, nunca, haya oído hablar de ellos?

Reflexionando sobre estas cuestiones llegamos a la única conclusión posible: Cristián Marcelo nos ha tomado el pelo, los tales poetas antologados no son más que una obra de ficción en que las referencias de autores, revistas y títulos de libros conocidos y familiares del mundo real, no tienen otro fin que llevarnos dócilmente a creer en la farsa de un grupo que nunca existió.

Hasta lectores cultos y enterados se tragaron el anzuelo.

La farsa debe ser creíble o no ser y, tomando esta verdad en cuenta, hay que aplaudirle a Cristián Marcelo la broma de buen gusto en que nos involucró con humor del fino y pedantería de la buena.

La lectura de Fragmentos fantasmas nos hace reflexionar sobre la fatuidad, el egocentrismo y la solemne charlatanería de algunos grupos de escritores que desconocen por completo la modestia y no tienen ni el más mínimo sentido de las proporciones. De vez en cuando surgen en el mundillo cultural los poetas que son solo pose y el maestro arrogante rodeado de sus acólitos incondicionales. Por la frecuencia de su aparición y por la existencia, incluso larga, de muchos de estos grupos, es que los autores de Fragmentos Fantasmas, pese a ser ficticios, se reconocen como posibles y hasta conocidos y familiares.

INSC: 1430

https://mislibrosconnotas.blogspot.com/2016/03/antologia-de-poemas-de-un-grupo-irreal.html

 

Corriente Subterránea - Cristián Marcelo

 

Por Germán Hernández

 

Impreso en el 2012 por Ediciones 77 dentro de su colección Vintage, Corriente Subterránea supone el cuarto poemario de Cristián Marcelo hasta ese momento. Dividido en dos secciones, la primera “Cámara nocturna (2004)” está compuesta por cuarenta y cinco poemas y la segunda “Corriente subterránea (2006)” con 47 poemas[1]. Se puede presumir que el año indicado en cada sección corresponde probablemente al año de composición o bien al año en que el autor recopiló y dio término a esa colección en particular, por lo que es posible decir que nos encontramos con dos poemarios, siameses por voluntad del autor publicados así bajo el título del segundo.

 

Lo que sorprende en la poética de Cristian Marcelo es su virtuosismo, su capacidad de construir imágenes de una belleza plástica indiscutible, y un ritmo y una cadencia musical meritoria; pero a veces sentimos que toda esa hipertrofiada capacidad plástica va en sacrificio del sentido, y muchos poemas se ahogan blindados en sus encriptadas circunstancias e imágenes, en conjunto, el autor apenas nos impregna de una atmósfera general de patetismo y despecho.

 

El exceso de talento no comunica mucho, la sobre edificación de los textos termina muchas veces por repetir fórmulas o caer en lo puramente accesorio, el poemario está repleto de enumeraciones, listados, imágenes superrealistas, casi siempre en triadas arbitrarias y aleatorias, incluso algo que es marca de autor pero que por el uso y abuso deja de brillar: la sustitución del “y” por el “o”.

 

Como sea, el autor parece consciente de los excesos y sus consecuencias, su propuesta ilimitada y sin concesiones se impone, sacrificando casi siempre la cortesía de dialogar con el lector.

 

Dejo tres ejemplos de los poemas que más me gustaron, todos de la primera sección del libro, el primero de ellos: “La fragilidad del cuchillo de cocina”:

 

 

La fragilidad del cuchillo de cocina

 

Reciente es la herida de mujer que llevo

A los sitios más remotos de la casa.

Apenas sangra se la muestro a las visitas,

A la gata que me lame la aspereza.

 

Voy por el mundo con mi llaga,

A pecho abierto llego a las casas,

Al regazo de los parques.

Tiene un gusto a mar en calma,

A uno que dice nunca, quizás, quién sabe.

Está amarilla como un girasol,

Amarillo que agoniza.

 

Con un bozal y una cuerda,

La saco a pasear en Navidad,

En Pascua le enciendo una vela blanca

Y una vela azul,

Y otra que no es blanca ni violeta.

 

Es una herida nueva,

Tiene la fragilidad de un cuchillo de cocina.

La tierna expresión de una coartada.

 

Salgo con ella los domingos.

Tiene que lucir su sangre verde,

Su magnitud de pus,

Mostrar sus modales en la mesa,

Sonreírle a mí y a mis amigos.

 

Es reciente la herida que llevo

A los rincones de la casa.

Qué bien domesticada -dicen unos-

Que perfectas maneras,

Y qué graciosa.

 

 

Claro que el título nos descoloca, el poema es sobre la herida que lleva el narrante, no sobre un cuchillo y menos sobre la fragilidad, pero seguramente es de los mejores poemas del libro, otro es “Doncella en desastre urbano”, bello poema en prosa y muy representativo dado el insistente recurso de la prosopopeya a lo largo del libro.

 

 

Doncella en desastre urbano

 

El día se mueve lentamente por la casa. La luz se filtra entre algas y arrecifes. La cortina respira polvo, y en el taller mecánico los empleados miran Penthouse. El día se apresura a pasar por enfrente del taller, agarra sus libros y los estruja contra el pecho. Está hermoso, a pesar de la espuma del relleno y las cejas depiladas con destreza de cirujano. Se ve que hoy será su día, pues, lleva una miniseta ajustada y un jeans que modela el viento. Su figura nos recuerda otras marisquerías, otros restaurantes de fast food, otras sodas y otros cafetines. Nuestro día se topa con los top models del taller mecánico, quienes tienen las lenguas más pulcras de la ciudad, las mejor lavadas a presión y al vapor. Hoy, sin duda, será su día. Se lo dice el horóscopo, la radio a full, los pericos regresando del verano. El día está lindo de pies a cabeza, aromático y de axilas rasuradas. Limpio, como el primer día del mundo.

 

 

Y finalmente los finos y delicados Haikús, tres piezas minimalistas y exquisitas:

 

Haikú I

 

En estos tiempos, contratiempos,

apenas logras escuchas

el reloj de pared.

 

Haikú II

 

Tranquila, la calle,

más tranquila, la ciudad,

algo debe suceder a lo lejos,

algo…

 

Haikú III

 

Tan difícil es el día,

tan largo,

que por solo tenerte

lo cortaría en pedazos…

 

 

Lo demás, será una lectura tórrida, huracanada, sin casi ningún refugio donde mascullar las palabras ni su sentido.

 

http://signoroto.blogspot.com/2017/09/corriente-subterranea-cristian-marcelo.html

 

El río profundo y sagrado de la poesía

 Por Edmundo Retana

 11 mayo, 2021

Vuelta de hoja Poesía, antología Cristian Marcelo EUNED 2020

 

De 1975 a 1997 existió un Taller literario en una vieja casona al costado oeste del INS, propiedad de esta institución. El grupo se reunía puntualmente los martes y jueves, durante unas cuatro horas, para revisar, pulir e intercambiar textos literarios. El taller era presidido con una especie de sabia bondad y justo criterio literario por don Francisco Zúñiga, poeta, narrador y crítico literario, quien se sentaba siempre de primero a la derecha en la gran mesa siempre llena de tazas de café y ceniceros colmados de restos de cigarros. A su lado invariablemente se sentaba Cristian Marcelo, autor de Vuelta de hoja, antología publicada por la EUNED en el 2020, objeto de esta reseña.

Menciono la cercanía entre el maestro y el poeta porque siempre he pensado que Cristian Marcelo es uno de los discípulos que mejor supo aprovechar las enseñanzas de don Chico. Así lo demuestra su amplia obra poética y ensayística, fundamentada en un sólido conocimiento de la poesía clásica y contemporánea. Cristian Marcelo es un autor serio, comprometido con su obra; en él no ha existido nunca margen para la improvisación o la liviandad literaria, tan común en estos días.

Vuelta de Hoja reúne una selección personal de su obra poética, Por razones ignoradas no se incluyeron poemas de tres de sus libros. Me refiero a Entre dos oscuridades (Zúñiga y Cabal, 1996), Fragmentos Fantasmas (Ministerio de cultura y juventud, 2.000) y Corriente subterránea (Ediciones 77, 2012). A pesar de esta lamentable omisión, la Antología refleja las líneas fundamentales de la poesía del autor.

El tema central de la obra de Cristian Marcelo es la poesía misma. Constantemente se pregunta qué es la poesía, para que sirve, qué sentido tiene su escritura en una sociedad en la que “la masa/ jamás comprenderá/ el oscuro lenguaje de su abismo”. Al respecto, ya en unos de sus primeros poemas advierte que el camino no será fácil: “Madre, el sendero no desemboca entre lirios”. Aun así, el poeta se aboca con denuedo a su oficio, “como un buzo que desciende al vacío”. “La escritura se abandona a las palabras,/ aunque las palabras/ no tengan sentido”, dice en otro texto. Hay múltiples ejemplos en su obra de esta búsqueda afanosa de la palabra trascendente, propia del lenguaje poético.

Lo que llama la atención es que, al paso, va dando aquí y allá con fragmentos de inusitada belleza: “Todo lo que escriba será llaga y esplendor,/ un río profundo y sagrado/ que busca y no encuentra,/ y si encuentra olvida. El poeta “se abandona a las palabras,/ aunque las palabras no tengan sentido.” O más bien, se abandona al fulgor de las palabras, aunque estas parezcan no resolver el dilema de la existencia.

Es esta la nota dominante en su poesía, ciertamente pulsada con dominio de su oficio y gran calidad formal. Su poema “Un Long Play para Eunice Odio en abril” marca un hito en esta dirección. En la figura y la obra de Eunice la poesía resplandece sin necesidad de mayores disquisiciones, “como si una alondra/ cantara sobre el margen/ de las páginas vacías”, “como el agua que devora/ la frialdad de la noche vacía”. Hay un indicio de respuesta en estas imágenes a la pregunta sobre el sentido de la poesía que una y otra vez se hace el autor.

Esta respuesta parece indicar que en el poema la palabra rehace la experiencia del mundo: “el poema habita las torres abandonadas,/ entre labio y aliento,/ tiembla lleno de sí/ lleno de todo y de nada”. Ya no importa “el nombre exacto de las cosas”, es decir la realidad tal cual es, en el tanto la poesía embellece y dignifica la existencia.

Este parece ser el universo de sentido que rige e impulsa  la obra de este joven poeta, hasta lograr que las palabras “griten, aúllen” hasta desgarrarse y emerja así la poesía. Esta antología que comentamos es precisamente el testimonio de esa búsqueda denodada que Cristian Marcelo comenzó hace ya más de treinta años, entre el humo y el café puntual, en la vieja casona del INS.

Es preciso decir, por último, que la poesía de Cristian Marcelo prevalecerá como “las ondas que la piedra dibuja/ sobre las aguas del sueño”, pese a que nuestro medio literario ha hecho muy poco para reconocer su valía como escritor. Prevalecerá porque ese el destino de toda la poesía honesta, bien trabajada, escrita con pasión y doloroso deleite.

 

https://semanariouniversidad.com/suplementos/loslibros/el-rio-profundo-y-sagrado-de-la-poesia/

 

martes, 9 de marzo de 2021

REFLEXIONES ACERCA DE LA ANACRONÍA POÉTICA EN LA POSTVANGUARDIA Y TRANSVANGUARDIA

 

El anacronismo es uno de los problemas que más interés ha suscitado en mi mente, quizás, porque la literatura acontece en el tiempo sin ton ni son, una suma de ocurrencias, imposible de asir con el arsenal metodológico de las ciencias literarias. La existencia de la anacronía en poesía solo sería posible, si la lírica evolucionara; si lo estético ideológico marcara instantes de luminosidad o de umbría; si fuera posible afirmar que existen períodos lunares y períodos solares, que las generaciones toman posiciones frente al fenómeno poético, a veces de continuidad, a veces de confrontación. Por eso, es nuestro deber dilucidar el desorden, ordenar el caos para reescribir la historia de manera que fuese comprensible tanto para el sabio como para el bruto. La teoría de las generaciones tan despreciada por inexacta, mecánica o ambigua, sirve de fundamento para plantear algunas respuestas.

La anacronía es un error consistente en confundir épocas o situar algo fuera de su época; es aquello que resulta incongruente respecto a la época en la cual se presenta (DRAE, 2010). En la narratología, Genette la define como la discordancia que se produce entre el orden temporal de la fábula y el del relato (Marchese, 1986) Pero ¿cuándo la obra de un poeta es anacrónica? Si las formaciones discursivas se transforman y los estilos regresan, si todos los poetas alrededor del mundo están escribiendo un único poema. La realidad de la poesía es otra, pues toda obra está en el centro de una sucesión de conjuntos estructurados y complicados como las poéticas y las culturas dominantes y periféricas. Las formaciones discursivas que dominan el panorama histórico siempre son intransigentes, tiránicos y dogmáticos; devoran el espacio artístico y desechan todo aquello que no se ajusta sus cánones.   

La anacronía estaría sujeta al concepto de generación, es decir, al conjunto de personas que, habiendo nacido en fechas próximas y recibido educación e influjos culturales y sociales semejantes, adoptan una actitud en cierto modo común en el ámbito del pensamiento o de la creación (DRAE, 2010) la generación es un complexo materia-espiritual anterior a los motivos de carácter ideal (como las ideologías). (Ferrater,  1999:1448). Guillermo de Torre propone una división temporal que considera ajustada a la realidad de los hechos intelectuales: una generación de 20 a 35 de afirmación intransigente; una generación de 35 a 50 de expansión y dominio; una generación de 50 a 65 años de anacronismo; y una generación de 65 años en delante de sobrevivientes. No obstante, se prefiere plantear una nueva división temporal ajustada a nuestro contexto: una generación de 15 a 30 años de afirmación intransigente, una generación de 30 a 45 de expansión y dominio, una generación de 45  a 60 años de anacronismo, y una generación de 60 a 75 años de sobrevivientes. Se entiende que el sistema de preferencias es anterior a la estructura producida (obra) y, más que a la estructura, importa cómo momento anterior a ella: al proceso de producción. En otras palabras, es en el sistema de preferencias donde se juega el proceso de decisiones que genera el mensaje. Como tal, el sistema de preferencias es "inobservable" y en él el investigador intenta establecer un orden, articular una organización de relaciones abstractas de acuerdo a las técnicas de una teoría particular, en relación a interpretaciones en vigencia, a la configuración del espacio social en el cual la práctica literaria se realiza y el investigador se sitúa. Las generaciones son un punto de partida para abstraer o articular el sistema de preferencias (Mignolo, 34). En el caso de Costa Rica, se busca abarcar cuatro generaciones que conviven en el mismo espacio cultural: primera postvanguardia, segunda postvanguardia, primera transvanguardia y segunda transvanguardia.

Entre los quince y los treinta años, se impone el periodo de afirmación intransigente cuando aparecen un conjunto de obras con una ideología estética dominante o una formación discursiva dominante. En Costa Rica, dado que la población de poetas es bastante reducida es posible describir los diversos momentos en que una formación discursiva dominante secuestra el espacio cultural e invisibiliza cualquier disidencia. En los años sesenta y setenta la retórica que dominaba era la social. Los poetas de la primera postvanguardia le prestaban atención a la historia y la vida cotidiana, a la concepción del quehacer poético como instrumento político, empleaban un tono exhortativo y vehemente para convencer a lector a tomar una acción política, un lenguaje sencillo para llegar a mayor número de personas (Rojas y Ovares, 2018). Dentro de esta generación se produce una ruptura que tendrá su auge en las décadas de los ochenta y los noventa. Los vates creen que la poesía tiene origen en los profetas y los cantos religiosos, se basa en la supra-consciencia y no en la sub-consciencia, además de que es una experiencia especial que trasciende la experiencia cotidiana del hombre. La poesía no es circunstancial, pero está comprometida con todas las circunstancias, por lo que debe llevar al hombre a un humanismo trascendental. Piensan que negar el lenguaje figurado es negar la poesía, aunque el lenguaje figurado y el directo se unen en todas las obras literarias (Alban et al, 1977) Esta rotura se puede considerar el nacimiento de la segunda postvanguardia y lo que la caracterizará es la lucha por imponer su modelo estético ideológico.

En la década de los noventa, se asiste al surgimiento de la primera transvanguardia, una generación a medio camino entre la estética comunicacional y la estética trascendentalista. Los poetas se decantan por la poesía social o en último término por el objetivismo La poesía social se remonta a la obra de Arturo Montero Vega y Jorge Debravo. El sistema retórico que corresponde a este movimiento estético lo constituyen rasgos fundamentales como la simplificación expresiva del lenguaje poemático, el empleo del discurso coloquial, incluidos los giros y el léxico popular; la vehemencia y la exhortación como recursos expresivos; cierto prosaísmo, que no llega a abandonar, sin embargo, algunos rasgos vinculados con la poética tradicional (ritmo, verso, rima); y en general un imaginario poético que recupera el realismo como modo poético, lo cual hace que el léxico y otras estrategias retóricas  apunten a lo obvio y a la evidencia del entorno inmediato. Así, la experimentación, la novedad a ultranza y la elaboración de un discurso inusitado o de ruptura queda desplazado a favor de una nueva concepción de la realidad y de la práctica literaria misma (Monge, 1992: 30-32). La poesía conversacional recupera el relato personal, la historia autobiográfica frente al orden declamatorio, es así como teje y entrecruza pequeñas historias personales, rechazando, también, las posibilidades de representación colectivas. Existe una gran dosis de desencanto en una poética que ya no cree en la función instrumental del lenguaje, ni en su capacidad de transformar la realidad. Desde el punto de vista de la construcción poética, se acentúa la indiferencia ante la tradición de la poesía social que pretendía, como en la escritura debraviana, proyectar al enunciador como conciencia y guía de pueblos, demiurgo que desde una posición enunciativa demandante de la visión profética, pedía el espacio de la orientación política y social.  Esta poética implica un necesario rechazo de los cánones estéticos modernos y una recuperación de zonas marginales para la poesía (Rodríguez Cascante, 2006: 149-152).

Por otro lado, el trascendentalismo como corriente estética se fundamenta en una oposición entre lo contingente y trascendente, porque se piensa como un movimiento supra-histórico que llega a superar las corrientes estéticas, la mezcla de géneros y la antinomia clásica entre lírica y épica. De modo, el discurso trascendentalista se asemeja al discurso religioso en cuanto el poeta-sacerdote-pastor debe velar, porque la doctrina o la ley no sean mal interpretadas por los acólitos. Esta estructura religiosa permite dominar al grupo de correligionarios, además de no consentir que se desvíen hacia otras ideologías-estéticas, ni aceptar otras posturas que menoscaben los componentes del sistema. La formación discursiva trascendentalista presenta el nivel enunciativo, se trata de enunciados monódicos de carácter figurativo y abstracto; en la dimensión representacional, se construyen espacios autónomos de condición aurático-esencialista, donde es el aura de la condición estética, asociado a la pureza de la “verdad”, el que se ofrenda como compensación superior a la pérdida material (Rodríguez Cascante, 2006).

El trascendentalismo nos recuerda que la poesía se construye de repeticiones de diversos estratos: repeticiones de palabras, de frases, de versos, etc. Estas repeticiones deben estar montadas sobre un lenguaje puro y figurado, en el que no cabe el lenguaje coloquial o científico. El lector que se acerca a esta poesía se da cuenta que se cae en cierto abstraccionismo poético, basado en la ubicuidad que se establece entre el hablante lírico y la naturaleza. No obstante, el trascendentalismo es una ideología estética que, en el conjunto de sus ideas, ha evolucionado creando una distancia más amplia entre la poesía coloquial, la antipoesía, el exteriorismo, la poesía política o comprometida; a pesar que sus fundadores fueron integrantes se iniciaron como poetas de la estética social.

Para Francisco Rodríguez Cascante, la formación discursiva trascendentalista se caracteriza por un abigarrado lenguaje figurativo de carácter declamativo y abstracto, la abstracción mediante metáforas herméticas. El trascendentalismo se afirma con un trabajo acucioso de formalización enunciativa. La variante amatoria de esta formación discursiva recurre a la declamación de enunciados monódicos de carácter figurativo y abstracto, que pretenden expresar sentimientos íntimos de vacío y necesidad en el plano representacional. Otra modulación del trascendentalismo es su preocupación por el fenómeno metapoético. Dicha reflexión se desarrolla mediante una escritura que mezcla los dos niveles de la poética trascendentalista con elementos comparativos de la cotidianidad.

En la primera transvanguardia,  es decir, la poesía que se enmarca entre las décadas del noventa y dos mil, el presente poético es epigonal porque los recursos de la retórica de la lírica moderna prevalecen por encima de otros, especialmente varios de los procedimientos de la vanguardia, tal como la imagen poética, la variedad del verso libre, el empleo del espacio en blanco en el cuerpo del texto literario como significado, la supresión métrica y de los signos de puntuación, la extrañeza metafórica, la extensión del verso, la asimetría semántica del significante, el sentido del sonido polifónico, la hibridación genérica, el choque textual, las novedades estructurales, los quiebres de sentido, la disonancia, la polifonía, la polisemia, la destrucción del yo en el poema, el sentido inverso de la metáfora, la importancia de la sinonimia, el despliegue lingüístico, la superposición de planos, el cruce de géneros, la abolición de la anécdota, la incrustación de rasgos narrativos, la desarticulación métrica, el disparo léxico, la distorsión gramatical y sintáctica, la alteridad, la ampliación y saturación del ritmo (Torres,  2020).

En la segunda transvanguardia se concurre al triunfo de los algoritmos. Los poetas publican en redes sociales y luego en libros físicos, en los que se observan un lento proceso de homogeneización de la poesía en términos de lenguaje y de temas. Siguen el lema: “Nada de metáforas sino la proyección más inmediata de lo real”. El poema es un objeto, un artefacto. La poesía exige una búsqueda de precisión en el uso del lenguaje, el desprecio por lo hermético, se concentra en la temática urbana y la crítica social. El poeta es flâneur (paseante), no es un mirón; no busca hallazgos literarios, no le interesan la elevación o la profundidad como afecto de una lengua a priori ni como acotación de un campo de lirismo concentrado; solo levanta un acta de lo que su mirada registra. La poesía de las décadas del dos mil y dos mil diez se caracteriza porque la palabra recupera su significado directo, denotativo; se desdeña lo histórico, lo sublime y lo retórico; se enfatiza lo prosaico, lo narrativo y lo descriptivo; se integra lo coloquial y los clichés. Destaca el sarcasmo y la ironía en el lenguaje (Dobry, s.f.).

De este modo, se distinguen tres formaciones discursivas dominantes en un período de sesenta años. La poesía social coloquial sobresale entre las décadas de los sesenta y los setenta; la poesía trascendentalista destaca entre las décadas de los ochenta y los noventa; y el objetivismo de raíz anglosajona y argentina impera entre las décadas de los dos mil y dos mil diez. En cada uno de estos lapsos, se observan poetas que escriben fuera de la formación dominante. No obstante, la anacronía poética se produce porque el/la poeta se inserta en una formación discursiva dominante a la que no corresponde por la edad ni por el estilo de su obra. Un caso de este problema es la obra de Elliette Ramírez, pues su poesía debería pertenecer a la primera postvanguardia y la formación discursiva comunicacional-comprometida. Al contrario, sus libros se insertan en las décadas del noventa y primera década del 2000 durante la dominancia de la formación discursiva trascendentalista y objetivista. Otros casos de anacronías  pertenecientes a la generación de postvanguardia, las encontramos en poetas como Esmeralda Jiménez, Juan Antillón, Fernando Antonio Leal, Francisco Mata, Leonardo Mora, Marcos Valverde, Florencio Quesada, Mario Matarrita, William Garbanzo Vargas, Carlos Bonilla. Cada uno de ellos se incrusta en un tiempo en que ciertas ideologías estéticas subyugan el espacio cultural.

La anacronía se hace más compleja debido a que crece exponencial el número de poetas, los medios de publicación físicos y virtuales. La generación de la segunda postvanguardia nos ofrece un cuadro de poetas anacrónicos: Cristy Van de Laat, Héctor Burke, Mario Camacho, Adriano Corrales, Alexander Obando, Luis Corella, Silvia Castro, Elizabeth Marín, Faustino Desinach, Klaus Steinmetz, Adrián Arias Orozco, Eugenio Redondo, Axel Noffal Tassara, Ignacio Carballo Luján, Álvaro Mata Guillé, Alí Víquez, Melvyn Aguilar, Paul Benavides, Luissiana Naranjo, Mario Rodríguez León, Guillermo Acuña, Rocío Mylene Ramírez. ¿En qué sentidos son anacrónicos estos poetas de acuerdo con las ideologías estéticas dominantes? Estos se insertan en el núcleo y las fronteras de las generaciones entre el momento de afirmación intransigente y el momento de expansión dominio. Esta impronta en el espacio generacional crea una distorsión en el continuo poético, de allí, surge que no se les pueda integrar en la generación que se encuentra vigente. El caso de Alexander Obando es paradigmático en el sentido que él decía pertenecer a la generación del 2000, cuando en realidad pertenecía al segunda postvanguardia y su poesía tenía sus raíces en el imaginismo del Ezra Pound.

Los poetas anacrónicos no solo se encuentran presentes en la primera y segunda postvanguardia, sino que también se hallan en la primera y segunda transvanguardia. Un muestrario de la anacronía se inicia con Leonardo Villegas, Luis Fernando Gómez, Fiorella Rivas, Seidy Salas, Alexander Anchía, Karla Sterloff, Mauricio Espinoza, Angélica Murillo, Gustavo Arroyo, Selene Fallas, Gustavo Adolfo Chaves, Miguel Castro, Eduardo Valverde, Juan Hernández, Fabián Coto Chaves, Rodrigo Zúñiga Araya, Pablo Narval y Esteban Aguilar. Cada uno de estos poetas publica su primer libro después de los 30, cuando el núcleo dogmático-ortodoxo de la primera generación de transvanguardia ha publicado sus primeros libros. En algunos casos, los poetas se acercan a las corrientes exterioristas y conversacionales; en otros, se inscriben en el trascendentalismo ligth de las décadas del dos mil y dos mil diez; y en los menos, copian los modelos narrativos norteamericanos y argentinos.

En la segunda transvanguardia se empieza a ver las primeras manifestaciones de la anacronía poética, como el poeta Pablo Segreda Johanning. A pesar del pertenecer, a la segunda transvanguardia, publica su primer libro después de los treinta, límite que se ha establecido en la postmodernidad por los premios literarios y las antologías para definir lo que se considera un poeta joven, y en nuestro caso, cierra el período de afirmación intransigente. A partir del 2000, la poesía conversacional se posiciona como un discurso poético contemporáneo dominante. Esta corriente se define por el humor, la ironía y la provocación como recursos literarios, pero no descuida la sensibilidad y la precisión necesaria para mostrar detalles en los elementos más comunes y ordinarios que forman parte de la vida cotidiana. La poesía más joven (la que escriben los chicos de entre 25 y 30 años) es profundamente egoísta (casi egolátrica), y poco avezada en asuntos propiamente estéticos. En términos generales es una poesía muy confesional, discursivamente muy laxa, sin mayor elaboración estético literaria. No obstante, es el sistema que impone el capitalismo. A menor profundidad o abstracción, mayores son las ventas que esperan las editoriales de la “poesía”.

La anacronía se inserta como una distorsión, como una anomalía en la formación discursiva dominante, en sus momentos de afirmación intransigente y de expansión  y dominio del espacio literario, léase premios poéticos, difusión en festivales físicos virtuales, en editoriales y en mercado total de la circulación del libro. La aceptación de un poeta anacrónico dependerá de si ha sido capaz de generar un personaje literario, una imagen estereotipada del bate, o de si pertenece a algún grupo que ha sufrido la discriminación o la persecución de los grupos hetero-patriarcales europeos, donde lo estándar literario no tiene ninguna importancia, sino la pertenencia a alguna tribu o subtribu lírica. La condena de un poeta anacrónico estribará si su obra se encuentra por un lado dentro de una formación discursiva dominante anterior o de sí se enfrenta a la ideología estética dominante en su momento de expansión o dominio.

Algunos críticos, sin lugar a dudas, han renunciado a la categoría histórica de generación por los problemas que presenta a la hora de escribir historia de la literatura. Pero nuestra posición es diferente, más bien, busca plantear respuestas acorde con el pensamiento científico. Dejar de lado las dificultades de la historia literaria, solo demuestra falta de imaginación, de terquedad y una visión profunda del fenómeno literario.

miércoles, 22 de enero de 2020

LAS NUBES, QUE EL VERANO NO DESHIZO, ESTÁN QUIETAS.


Es hermoso mirarlas,
como la muchacha del vestido amarillo
que arranca la cabeza de un crisantemo.

La muchacha, que no se arrepiente de las almas
enviadas al purgatorio,
tiene la mirada asesina de la cobra,
la lujuria de los escorpiones.

Las nubes están quietas.
Un olor a sangre invade el corazón de la luz,
el aire que tintinea tiene el color de la muerte.
La muchacha del vestido amarillo
corta pedacitos de utopías,
y los licúa para brebajes opulentos.
Corta su cabello en serpentinas
y exhala un suspiro en forma de Gillette.

Quietas, las nubes. Miran a la muchacha del vestido amarillo,
la muchacha bebe té de herida o hecatombe,
un té que adormece al arcángel,
a la bestia y a la terquedad del sueño.

de Cuaderno de Alucinaciones (2018)

VUELTA DE HOJA



Dime quién eres y qué agua tan limpia tiembla en toda mi alma…
Leopoldo Panero
Regreso de ese lugar donde nadie me pronuncia,
porque soy y he sido,
regreso después haber sangrado mar adentro,
al fin de cuentas, todo viaje es volver,
tocar la misma tecla,
sin tener en claro el regreso
ni para que se regresa.
¿Era necesario el regreso? Busqué respuestas o claridades.
Todo era oscuro,
bestial,
las hojas aúllan, mugen y copulan.
Regreso para decirme y decirte en la torpeza,
en la lucidez,
en el abstracto juego de crepúsculos y brújulas,
para que nada tenga sentido,
para que el sentido nazca del regreso,
de la vuelta de hoja,
para recobrar el tiempo,
para escribir extraños laberintos presuntuosos,
para que sonría esa boca desdentada
y proyecte sobre las paredes
una carrera de gacelas e hipocampos.
Regreso del amanecer,
para que el relámpago beba la lujuria,
y el pezón sangre de dicha,
y cada calle,
cada ojo,
cada piel,
sea capaz de decir: todo delira,
y si no delira, al menos, tú y yo somos la rueca,
la ruleta rusa,
un circo de dados y demonios.
Regreso de ese lugar donde las palabras no me pronuncian,
de ese instante en que soy y he sido
quien seré,
saludable como un ángel muerto,
alegre como esa mano que escapa.


de Grimorio del Emperador Amarillo (2017) 

ESCRÍBEME A LA TIERRA


… y el papel se agujerea
como un breve cementerio…
Miguel Hernández
ESCRÍBEME A LA TIERRA
que yo te escribiré,
aunque la tierra no responda,
y las piedras callen,
y los jirones de lo que fui los arrastre
un viento del norte,
y aliento y ánimo
escapen a las alturas,
a los fiordos,
a las inmensidades
de la nada.
Escríbeme a la tierra
que yo te escribiré,
desde los manglares del sur,
desde el trópico de mi lengua,
desde Orión,
desde el deseo que escarba
hasta encontrar el deseo.
Escríbeme a la tierra
que yo te escribiré,
cuando seamos el recuerdo
de lo que huye,
de lo que susurra,
de lo que se aleja entre el polvo
que parece infinito,
pero no lo es.

de Grado Cero (2015)

Prólogos, contraportadas y reseñas de mis libros

  Prólogo de Todo es lo mismo y no es lo mismo               La poesía de Cristián Marcelo es doblemente vital. Es vital porque respond...