Entre las sobras de comida, y la cocina mugrienta,
como una de esas ancianas
que pide limosnas en la Avenida Segunda,
entre el orgasmo familiar y la ninfa
que se corta las uñas como pétalos de jacinto,
entre cada cosa que se lleva el olor del deseo,
no buscaba más que misteriosas maravillas:
labios ácidos y perfectos,
la cabellera nocturna como la crin del aire,
los miembros níveos y densos
como una vuelta al paraíso primero,
donde aún se prueba el placer de los dioses paganos.
No quiso otra cosa en esta vida,
sino desnudar el viento bajo la escalera,
en el baño donde se juega con la lluvia graciosa,
sinuoso río en claroscuro,
y también sexo a todas horas y a escondidas.
En esta vida buscó, calle tras calle,
las rutas a una aldea imaginaria,
la piel de la brisa, implacable y madrigal,
el delirio que se siente a través
de los encajes de la gata,
como quien sabe que el jardín de las piernas
nos lleva a la vorágine del sueño.
Entre los arbustos, que ocultan una vida más honda,
buscó la cintura y los muslos de niebla,
como paisajes sangrientos y sueños oceánicos,
como si el amor fuera una flor o adefesio,
y entre las sobras y las calles mugrientas
donde las ancianas piden limosna,
la vida fuera semejante a la muerte.
de Saldar cuentas (2000)
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