Diego Quintero Martins (1990, Taskent, Uzbekistán) es estudiante de
Filosofía y de la Enseñanza del Español en la Universidad Nacional. Ha
colaborado en diversas publicaciones filosóficas, literarias y musicales
independientes. Editor de la revista
estudiantil intitulada Estepario,
miembro del Antitaller-anti, fundado por el poeta y sociólogo Melvyn Aguilar.
En el año 2009,
un grupo de amigos y poetas lloraba la singular muerte del poeta Felipe Granados.
Nadie en el ambiente literario esperaba la aparición de una voz profunda y
sincera que hablara al lector común. Habría que esperar seis años para que
ocurriera el milagro, seis largos años para que alguien superara las poéticas
nacidas a finales de los años noventa y principios del nuevo milenio; seis
largos y tortuosos años de un epigonismo rastrero y rampante; seis años de que
nada fuera nuevo bajo el sol, seis años para que la poesía surgiera de los
abismos del trascendentalismo y del nominalismo; seis años como una cifra inconmensurable
que se repite hasta el cansancio en poemas trascendentes sin trascendencia y
poemas intrascendentes que no trascienden. Seis años para sentarse al banquete
de los raros, los despreciados, los locos y degustar de la verdadera poesía
como de un vino espeso, porque es la única forma de saborear la poesía.
No es de extrañar que las próximas generaciones de poetas
se deleiten con el primer poemario de Diego Quintero, Estación Baudelaire, y que éste se convierta en un libro de culto
como los animales que imaginamos o Soundtrack, pues el lector se encuentra
frente a un poemario que supera con creces ambos libros antes citados. No hay
pelos en la lengua para el lector que lee Estación
Baudelaire, en sus tres secciones tituladas “Caníbal”, “Los aforismos de
Kevin Rachefield” y “Metaliteratura del odio”, asistimos a un renacimiento de
la poesía costarricense, que había caído en sopor y una abulia sin género, un
aburrimiento mítico sin mito. El libro de Quintero viene a decirnos que todavía
es posible la poesía, todavía es posible descubrir el mundo y asombrarse ante
el horror y la belleza. Todavía es posible decirnos que la poesía está en otro
lado.
En la sección “Caníbal”, aparecen doce poemas como
doce apóstoles, doce campanadas, doce truenos nos despiertan del sopor en que
habíamos caído desde los años noventa. Pasan frente a nuestra puerta Pessoa,
Yago, Baudelaire, Poe, Ribeyro, personajes o citas, alter egos o sombras. El
mundo descripto por Quintero ya no es universo seguro del bar y los amigos, o
el ocultamiento tras una torpe y cruda poesía amorosa. El poeta se atreve a
decir:
La mano en el
joystick
vuela a 20.000
pies de altura,
sutil
como la muerte,
afasia de
jugador.
De “Preludio y epílogo al combate”
También es capaz de sorprendernos con una dureza de metal, nunca antes
vista:
Este músculo que me late
enfrente
de los pulmones
lo lleno,
lo saco,
lo doy a quien lo desee
para que rabie
rabiemos
de “Yago”
En la segunda sección “Los aforismos de Kevin
Rachefield”, Quintero nos propone una visión más ácida de la realidad, una
realidad que transita del instante a la eternidad, del cuerpo a la psique y
viceversa. Los Aforismos (del griego ἀφορίζειν, 'definir') a pesar de que son una declaración u oración
que pretende expresar un principio de manera concisa, coherente y en apariencia
cerrada. Se abren a la ambigüedad y la paradoja en las manos de Diego Quintero,
su alter ego, Kevin Rachefield hace una apología del suicidio, el asesinato, la
locura, la homosexualidad, el tiempo y la familia. Por lo que podemos leer:
I
Madrugadas insomnes, novela negra, ser otro.
La noche yéndose con mi vida y la vida yéndose
en un papel, amanecer el deseo de transmutar en
voluta.
VIII
Vine a poner el cuerpo como flecha en el arco de mi
tiempo.
XVII
Soy el hijo. El que hiede en la cruz. Un mesías
olvidable.
Como todos.
En la tercera
sección, “Metaliteratura del odio”, Diego Quintero hace un tour de forcé con la realidad de la
escritura, una realidad compleja, siempre en constante huida. “Metaliteratura
del odio” está constituida por siete
textos en prosa, en su seno como en un teatro del absurdo asistimos
Wiitgenstein, Shakespeare, Borges, Menard, y otros personajes literarios que nos
informan o asombran con sus preguntas, sus dudas, sus psicosis. En esta parte,
Quintero nos muestra su maestría sobre el lenguaje y los tópicos que
desarrolla:
Como ser un genio:
Hay que vestir como un dandy venido a menos,
un dandy
exiliado en un mar de gran spleen
junto
a marineros que confunden poetas con gaviotas
y los
maltratan por frágiles, torpes y loquitas.
Saludamos alegres y
esperanzados este primer poemario de Diego Quintero. Estación Baudelaire NOS DEMUESTRA QUE TODO NO ESTABA PERDIDO. La
poesía necesita de poetas verdaderos, no de mitos forjados al calor de la
ignorancia y la estupidez. Necesita de poetas inteligentes que nos revelen los
misterios y hagan las preguntas correctas a la realidad. Por estas razones, no
podemos más que exclamar como un actor en un teatro de pesadillas: ¡Ha muerto
el poeta! ¡Larga vida al poeta!