Hace algunos meses con el deceso de Milton Zarate, leía en un blog que este poeta no había dado nada a la literatura costarricense, sentencia que no me sorprendió ni me molestó. Pues allá por la década de los noventa, lo conocí cuando fue invitado, como tantos otros poetas de su tiempo, al Café Cultural Francisco Zúñiga Díaz. Recuerdo que días después me puse en contacto con él para conversar sobre poesía, cuál fue mi sorpresa, cuando se ofreció a enseñarme el laborioso y estoico arte de hacer versos. Yo, por mi parte, tenía ya tres años de participar en esa maravillosa experiencia que fue el taller, y como cualquier otro joven, cuyo orgullo envanece, rompí todo contacto con el poeta. Aún hoy considero que aquella ruptura no fue ningún error, pues ya tenía prejuicios sobre la forma en que se escribía en el Círculo de Escritores Costarricense. Recuerdo el afán de Chico por formar una gran confederación de talleres, donde los jóvenes pudieran compartir sus experiencias poéticas más allá de la intolerancia estética y de las mezquindades que dividen a los poetas costarricenses. Lástima que el sueño de Francisco no se pudiera realizar. Sin embargo, cuando miro en los jóvenes poetas las mismas actitudes que Chico reprochaba en su generación y en la de Debravo, me preguntó: ¿Cuándo terminará este carnaval sangriento?
En este siglo XXI, en que se predica la tolerancia sexual, política, ecológica, social, matemática, lingüística, universal, no hemos logrado la tolerancia estética, ni siquiera estamos cerca de lograr alcanzar concesos. Cada grupúsculo de nuestro ambiente literario busca espacios para colocar a sus correligionarios, premiar a sus acólitos, generar el bombo y autobombo necesario para insertarse en la institucionalidad literaria del país. No deja de ser triste que los jóvenes escritores sigan las mismas prácticas que tanto critican: premiar la amistad, silenciar al enemigo. Sirva, pues, este reducto para recordar al otro, ni amigo, ni enemigo. Milton Zarate fue un poeta, escribió y murió como tal.
TRANSITO
Alguien transita la soledad
sobre mis labios.
Su voz es la certeza de los sueños,
el deslumbrado azar de mis palabras,
un muro que lleva en su corteza
los ojos de la llama.
Alguien transita con mis pies,
con el mismo corazón cada mañana
en el lento refugio de sus manos.
de la sombra vigilante
TRASPARENCIA DEL SONIDO
Más allá del silencio,
donde la música implanta sus deidades,
como pequeñas sombras
aún ardiendo,
donde los pájaros conmovidos
por el azar
someten sus rigurosas alas
al olvido.
Más allá de su noria,
árbol o centella
del alba que apaga sus transitorias
fugas:
quema la ausencia.
Es un fuego cada amanecer,
el rebote certero del amor
y su pasar,
la sentencia última
de su destrucción;
un ángel apresuradamente inútil
ante el combate.
Es la muerte azarosa del sonido
o la palabra.
La que rompe firmamentos
hechos de llanto,
la que crea en sus cenizas
los bordes fortuitos del ansia,
la que asume como el mar
sus luminiscentes horas
de sangre o derrota.
Es el momento de calla sin preguntar.
La noche extiende sus belfos milenarios
para resplandecer
entre su sombra,
y herir, siempre herir
como si fuera hecha para arrebatarle
al aire su aliento,
al mar su destino,
al tiempo sus conquistas,
y al hombre solo al hombre
su derecho de permanecer
ante su propio olvido.
Más allá del silencio o la soledad,
alguien amando, calla.
de Confesiones del olvido
IMAGEN DE LA PALABRA
Iba de silencio en silencio,
mordiendo la soledad
que la vestía,
con los poros enloquecidos
por el tiempo,
donde los pájaros arribaron
por heridos, como luces
presentidas por la desolación.
Ella iba con su pasar
de sombra cabalgando,
abiertas las pupilas:
el atardecer hecho llanto.
Iba con sus manos
extendidas, dos lunas trasparentes
eran,
luego su cuerpo arropado
de crepúsculos sin nombre,
hacia donde destellaban
quebrándose las voces,
de aquellos que fueron en sus ojos
los ojos moribundos
de la noche.
Sabía que el dolor
era su rumbo,
y por él apagábanse los ríos,
veloces ríos de su arcilla
hecha fugacidad o destino.
Sabía de mi nombre
más que los labios aferrándose
en el viento.
Sabía de Rubén, de Jorge, de Arturo,
nombres que llevaba en su cuerpo
mal vestido,
ora lejanía,
ora sin música y sin rumbo;
solo con monedas que ardían
en su pecho
domado el mediodía.
Solo ella y su tristeza
entrelazadas,
como dos gotas de lluvia
que caían y caían
meciéndose en la nada.
Ella que dejó su casa
para acercarse a la rosa infinita
del ansia,
ella elegida por el mundo
para sus deseos,
partió una noche
de fantasmas diminutos,
entre la hora desnuda
y el puñal que abría
entre sus ojos,
los ojos fecundos del olvido.
Ella fue la memoria o sed
del aire hecho hombre
entre su cuerpo detenido.
Ella siempre palabra.
de Al final de la memoria
Flaca, la memoria; Gordo, el orgullo. Hasta aquí llegaron las palabras del poeta, gracias a la intolerancia juvenil. Sirva pues este homenaje para recordar fragmentos de su obra, para recordarles a los jóvenes poetas que, cuando mueran los amigos, seremos sencillamente olvidados como Milton Zarate, a pesar de los Aquileo J. Echeverría, los Editorial Costa Rica, los EDUCA. Olvidados por que ninguno quiso engordar la memoria, sacrificar el orgullo.