domingo, 28 de septiembre de 2014

Una lectura subjetiva de Todo tiempo futuro de Adriano de San Martín



Todo comentario, cualquier comentario de un texto poético debería alumbrarnos sobre su significado; y  guiar al lector por los entresijos de las palabras y de las imágenes. “Todo tiempo futuro” es un libro cósmico, o mejor dicho, un libro que desarrolla una cosmogonía universal. Su título invoca lo que está por venir, lo que está viniendo. Su contenido nos devuelve al pasado, a ese pretérito mítico y primitivo, en que la humanidad aún sueña con las fuerzas divinas de la naturaleza. Título y contenido se hayan en una unión indisoluble y paradójica. En principio, porque la sabiduría popular recuerda: “Todo tiempo pasado fue mejor”, aunque Sábato dice en una de sus novelas: No indica que antes sucedían menos cosas malas, sino que, felizmente, la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos, y, así, casi podría decir que “todo tiempo pasado fue peor”, recuerdo tantas calamidades (…) que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza[1].
 De esta manera deberíamos leer el libro, “Todo tiempo futuro” como una contradicción en ciernes, o como síntesis de las contradicciones que preocupan al poeta. Extraña que el editor haya obviado el índice del libro, pues aunque se presenta como una sucesión de textos poéticos en prosa y en verso. Los poemas se estructuran en tres estratos intercomunicados: cósmico, individual y literario-cultural.  El poemario se pudo haber divido en tres secciones o partes. La primera parte la formarían los poemas “Nacencia” y “La Nacencia”, este segundo dividido en doce partes. El primero está construido en una enumeración caótica de frases de diversa índole, donde contiende un yo y un vos, cada frase es un golpe y el universo es un cuadrilátero, un tópico recurrente de la poesía de Luis Chaves, Alfredo Trejos, Paola Allier, entre otros. El origen del tópico se puede rastrear en Los giróvagos del numen de Carlomagno Araya y la obra de Carlos Martínez Rivas. El enfrentamiento de un yo inocuo frente a un universo maligno o que se acerca al mal parece ser la premisa de los poemas que forman este apartado. Sorprende quizás en este primer poema los recursos vanguardistas que utiliza el poeta, como la ubicuidad del sujeto y la aglomeración de elementos de procedencias tan diversas como  refranes, eslóganes y  habla popular o “pachuco”.
            El poema “La nacencia” es un poema más amplio y de mayor alcance y mayor complejidad. Se inicia con el símbolo de la luz como despertar del cosmos. Y a partir de allí se desarrolla en cada fragmento una enumeración caótica de símbolos, objetos, mitos, referencias literarias, populares. Los poemas buscan sintetizar las contradicciones, anular los opuestos. Constantemente hay referencias a este proceso de síntesis:
  • Es el principio del fin, el fin del principio. El equilibrio del centro.

  • Todo está porque transcurre y permanece. Fluye. Pasado en presente. Presente en futuro. Futuro en pasado.

  • Todos los tiempos en un tiempo de todos para todos en el cero primigenio, el uno primordial.
            En este largo poema, lo fundamental es la creación poética, la poiesis, de allí que Nada es literatura. ¡Sencillamente versar! El poema instituye el mundo como el mundo instituye el poema. Este paralelismo especular viene a comunicar que la poesía es alquimia, y la alquimia es poesía. Y el poeta es un vidente… Por eso hay que dejar el trance a los Poetas. Son ellos quienes descifran sus goznes, sus giros, sus batientes. Las tumbas son el símbolo perfecto de la alquimia, y en el cuarto fragmento del poema aparecen juntas y revueltas. En la quinta parte, el hablante lírico o yo lírico se propone en el inicio del año. El principio también es el final. El mundo que se habita es el del capitalismo, y el consumidor como espectador y espectáculo, a la vez. El poeta deambula por la ciudad reconociendo aquello que dolorosamente es la realidad. En la sexta parte, los nombres míticos y literarios se convierten en lenguaje, porque el poeta al final también es un traductor del cosmos:
Traducimos y traicionamos como en toda traducción. Porque lo invisible se torna visible y vice y versa. ¡Y dialogamos!
            La séptima parte también se construye en una enumeración caótica, donde reelabora la imagen de las grandes ciudades, las ciudades llenas de muertos vivientes, de zombis que consumen todo lo que la ciudad ofrece. La ciudad como árboles donde tiempo y espacio se reúnen, se conjugan, se mezcla en un nuevo y antiguo cronotopo.  En la octava parte, aparece de nuevo la imagen del poeta: El Poeta Cantor en la Larga… se perpetúa. Cuenta y canta. Canta y cuenta. En la novena parte, el poeta evoca el espacio por excelencia de los poetas: El bar. Locus por excelencia de las elucubraciones poéticas, de allí, que el poeta diga: Tal vez por eso precisamos de otra Nacencia: morir, nacer, remorir, renacer… ¡Y escribirla! La décima parte regresa al tema mítico, el sujeto es América, un sujeto transhistórico sin rumbo, que rueda por la historia. La undécima parte, es el no-espacio, el no-tiempo, la negación en sí misma. La pregunta final: ¿En algún lugar florece la poesía? No es una pregunta retórica, es el núcleo de las preguntas que hace el poeta al lector.  No deja de ser paradójico, cuando todas las parte del poema han repetido que versar es el fin y el principio. “La nacencia” termina con el poema 2013, este se propone que la historia igual que nuestras palabras es reversible, circundante, repetitiva. El lenguaje construye la historia y todos los saberes, nos conduce a un espacio-tiempo neutral donde se borran las diferencias: la unidad del principio o el principio de la unidad. El amor es la nueva religión de un planeta que se cae a pedazos. El poeta nos previene del derrumbe. El valor numérico de las palabras es un mantra, un ejercicio cabalístico para descubrir o develar el uno. Este poema cierra toda la experiencia mítico-religiosa del poeta.
            Como se ha afirmado, el libro puede fraccionarse en tres partes, la segunda la constituye el poema “Romance contra mi pueblo”. Este se divide en treinta y un fragmentos. Los romances nos cuentan historias, no necesariamente amorosas, y no necesariamente noveladas. El regreso del poeta al su pueblo natal es la narración del desencanto, es el encuentro con los amigos de la infancia, de la adolescencia y sus familias: Es bueno volver a mi pueblo/ y encontrar/ antiguos amigos/ excompas del cole…/ Todo el carácter melancólico y familiar del poema nos revela las transformaciones de un entorno hasta entonces conocido: Las hijas de los antiguos amigos/ chicas champú minifalda/ en Cachos Largos o en La Cantina / remedo de  verdaderas cantinas… Como es común en la poesía contemporánea, el bar se convierte en espacio de moda. El poeta se presenta como un ser abanderado de la libertad, de lo irracional y lo anticonvencional: El cronista de este pueblo/ ha sido denunciado ante los tribunales / por su forma extraña de beber/ fumar, hablar, amar… en fin / de comportarse con las mujeres del prójimo…/ El hablante desarrolla una crítica a la sociedad capitalista que ha ido transformando la ciudad de la infancia, el paraíso perdido: Vi a los vigilantes/ de los nuevos negocios/ también los marginales/ tendidos en su saco de gangoche/ y a los nuevos gerentes/ raudos como cadáveres en sus coches… El poema termina con un juego musical, muy propio de la literatura infantil: Mi pueblo/ es un misterio/ en clave/ de Fa/ de Re/ de Sol/ de Do/ pingüe/ (en clave) El juego y la poesía siempre han estado relacionados más allá del simple aprendizaje de las normas en la sociedad. Así como aceptamos las reglas del juego aceptamos las reglas de la poesía.
            La tercera parte la formarían los poemas: “Aroma de Café”, “Escultura 2”, “Habana Revisited”, “El poeta pregunta por Stella”, “Julia de Burgos”, “Mary”, “Te Ele”, “De Ce”, “La oración”, “La niña en el ojo”, “Pe Pe”, “Conferencia de prensa”, “La fama”, “Una palabra olvidada”, “The Star Spangled Banner”, “Vigilancia y castigo”, “Detector de espinas”, “Cuerda floja”, “Rimbaud”. Interesa está sección porque solo “Aroma de café” y “Habana Revisited” son poemas divididos en partes, el primero en 7 y el segundo en cinco apartados. Los otros poemas expresan ciertos intereses del poeta, de carácter artístico, literario o social.
            El poema “Aroma de café” es un poema que revela las relaciones entre el “grano de oro” y los viajes al extranjero del poeta. El café más que un símbolo de la riqueza del país, viene a simbolizar la amistad, la solidaridad y la unión entre los pueblos. El poema “Escultura 2” es un poema dedicado a Lupita Araya y Francisco Mata, amigos del poeta y del arte, en el que viene a reivindicar la comunicación en la poesía. Por otro lado, “Habana revisited” es un extenso poema en prosa, muy diferente a “Bocetos de La Habana” ese poema que aparece en el poemario Tranvía Negro, también de Adriano. En este nuevo poema, el espíritu que lo anima es la desilusión, el desencanto, tan común en los poetas que forman la generación de Corrales: La Habana está pensada para turistas con cámaras para retratar edificios de cartón, estatuas… Es un poema sobre todo descriptivo en los que el poeta, utiliza la mirada como cámara para ir recorriendo esos rincones que forman la ciudad. Este espacio que retrata el poeta no es un lugar frío, geométrico y alienante, sino que dentro de ella reverberan, como en un espejo, los sentimientos personales de nostalgia, amistad, pero también de desilusión. El poema “El poeta pregunta por Stella” nos entrelaza dos personajes míticos de la poesía nicaragüense –Rubén Darío y Carlos Martínez Rivas− con figuras importantes del quehacer artístico costarricense como Carmen Lyra, Ninfa Santos, Yolanda Oreamuno, Eunice Odio, Chavela Vargas, y sobre todo, Rafaela, ese personaje mítico en la mente de los poetas, ese ánima que gravita entre el corazón y el recuerdo. Lo femenino es uno de los símbolos más comunes en la tradición, símbolo que normalmente se asocia con la naturaleza. Esto ocurre con el poema “Julia de Burgos”, esa poeta puertorriqueña que el poeta redescubre para los lectores costarricense. Así entre mujeres escritoras y artistas, el poeta se decanta por esos amores de la adolescencia. “Mary” es el ideal que un instante olvidamos y que ahora trato de retener con el inútil abecedario. Los poemas “Te Ele” y “De Ce” continua la sucesión de rostros femeninos, que de alguna forma se evaporan de la memoria pero allí están contemplando y siendo contempladas. El siguiente poema “La oración” parece retomar el tema de Novalis, o Cavafis, que dicta: “Poner un dedo en un cuerpo humano es tocar el cielo”. La unión de los amantes es saber que allí estuvo Dios. Con el poema “Niña en el ojo” se termina el recorrido por las figuras femeninas.
            Los poemas siguientes poemas tratan temas variados: el poeta frente a la autoridad, la canonización institucional, la fama, la guerra de Vietnam, la bandera, la locura, etc. El poemario cierra con un pequeño poema dedicado a Rimbaud, ese vidente de la poesía del siglo XIX, que revolucionó las formas y los contenidos en la poesía francesa. Rimbaud es el poeta-niño, quien mediante su experiencia de Dios, alcanzó, sin creencias ortodoxas, el estadio que los místicos tratan de conseguir, y en el que ya no existe la posibilidad de creer o no creer, de la duda o de la reflexión, sino de la pura sensación, del éxtasis y de la unión con el Todopoderoso. Esta alianza o ligazón constituye la anulación de las diferencias, como lo es la unión sexual o la transmutación alquímica.
            Todo tiempo futuro es un libro complejo, pero a su vez, sencillo, que supera las contradicciones en su interior, creando un modelo del mundo que obsesiona al poeta en toda intensidad y diversidad. De allí, que al leerlo podemos leernos a nosotros mismos, como si miráramos en un espejo fracturado.




[1] Sábato, Ernesto. (1975) El túnel. Buenos Aires: Editorial Suramericana.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Manifiestos en pleno siglo XXI

DEFENSA DE LA POESÍA

El momento de la Historia que nos ha tocado vivir está marcado por la incertidumbre en todos los sentidos. Cuando pensábamos que el siglo XX agonizaba y con él los grandes temores y catástrofes capaces de minar la fe en la humanidad, no han surgido los puentes que destruyan nuestros precipicios. Al contrario, resulta más difícil intuirlos, imaginarlos. La incertidumbre parece abarcarlo todo: la política, la moral, la economía, las nuevas formas de comunicación que paradójicamente han provocado una mayor incomunicación… También las viejas utopías que parecieron realizables y llenaron de ilusión a millones de ciudadanos se han desmoronado mostrando sus miserias cuando han sido suplantadas por los hombres, añadiendo aún más incertidumbre a todo lo que nos rodea.
Nuestra generación está marcada por esta incertidumbre y creemos que es necesario hacer un alto en el camino, reflexionar, mirarnos a los ojos, establecer una cercanía menos artificial, más humana. La poesía puede arrojar algo de luz para alcanzar algunas certidumbres necesarias.
“La poesía es un modo de ajustar cuentas con la realidad”, ha repetido muchas veces el poeta español Luis García Montero. Sin duda sucede así en los buenos poemas, aquellos que son capaces de provocar emoción, de conmover, de hacer pensar, de llenar un vacío que nos acompaña. “Deseo expulsar de mí cualquiera palabra, cualquiera sílaba que no nazca de la combustión de mis huesos”, escribió el mexicano Ramón López Velarde en 1916. Casi un siglo después, el poeta Joan Margarit trataba de explicar, porque realmente se hacía de nuevo necesario, que el límite de la poesía es el de la emoción.
La emoción no puede estar de moda. La emoción es universal e intemporal. Y la poesía tiene que emocionar. Ante tanta incertidumbre, para nuestra sorpresa, una gran parte de los nuevos poetas en español se han adscrito a una tendencia tan experimental como oscura. Como los hombres que rodeaban a Orfeo para escucharlo tocar su lira y de ese modo hacer descansar su alma, asisten a las preguntas de nuestro tiempo tratando de ignorarlas, entregándose al arte por el arte, renunciando a las preocupaciones que conmueven a la gente normal, a las almas que buscan respuestas, que rozan el milagro de la supervivencia y que se hacen preguntas, que sienten la incertidumbre en sus manos y en sus aspiraciones. Esa reacción de los artistas, de los poetas en particular, no es nueva. Los jóvenes siempre han tenido la tentación de contradecir a sus mayores en un arrebato adolescente en busca de construir sus identidades. En la poesía actual, ese camino supone oponerse a quienes tanto han trabajado para que la poesía se entienda, se humanice, se aproxime a la gente corriente. Si en la segunda mitad del siglo XX los mejores poetas de nuestra lengua abandonaron las liras y las torres de marfil, la poesía última, en busca de un nuevo camino, de una nueva actualidad literaria, se ha subido a un pedestal. En esta tarea se han visto legitimados por algunos poetas cuyos proyectos literarios fracasaron de manera estrepitosa precisamente por abrazar el barroquismo gratuito y la frivolidad de la moda literaria. Ahora buscan una segunda oportunidad elogiando lo que precisamente les condujo al callejón sin salida de las palabras huecas.
Queremos mostrar nuestra desolación ante esta dinámica que nos parece destructiva para la poesía porque conduce, de manera inevitable, a su deshumanización. Admiramos a poetas a los que hemos tenido o tenemos la suerte de conocer, como Ángel González, Jaime Gil de Biedma, Gonzalo Rojas, Claribel Alegría, José Hierro, Luis García Montero, Benjamín Prado (y los poetas de la conocida como Poesía de la Experiencia), Juan Manuel Roca, Marco Antonio Campos, Jorge Boccanera, José Emilio Pacheco, Mario Benedetti, Gioconda Belli, Oscar Hahn, Omar Lara, Waldo Leyva, Piedad Bonnett… Ellos siguieron el camino, la tradición literaria de Rafael Alberti, Antonio Machado, César Vallejo, el primer Octavio Paz, Pablo Neruda, Miguel Hernández, Federico García Lorca, Luis Cernuda… Son muchas las lecciones que pueden desprenderse de ese largo camino. Han escrito una poesía perfectamente entendible, han procurado reflexionar sobre el mundo que los rodeaba tratando de ordenarlo en un poema, han dialogado con sus fantasmas y con sus lectores, estableciendo una comunicación imprescindible en cualquier género literario, y han huido de las modas y de la actualidad poética, es decir, nunca han escrito contra nadie, no han tratado de ser novísimos. Estamos convencidos de que no se puede escribir poesía contra alguien, del mismo modo de que la peor idea de todas es escribir un poema sin ideas.
Los discursos fragmentarios, el irracionalismo como dogma y el abuso del artificio han supuesto la ruina de la poesía en muy diferentes etapas de la historia de la literatura. Han hecho tanto daño, que hoy la poesía está considerada como un género difícil que sólo leen los poetas, porque sólo parecen entenderse entre ellos como los habitantes de unas ínsulas extrañas.
Prueba de ello es el estado comatoso que tiene el panorama poético en la mayor parte de los países europeos, algunos de ellos con tradiciones literarias tan importantes como Italia o Francia. También es evidente la marginación que sufren los libros de poesía en cualquier espacio, ya sea una librería, un suplemento cultural, un periódico, una biblioteca… Los lectores empiezan a alejarse peligrosamente de la poesía, entre otras cosas porque cuando empezaban a intuir que se trataba de un género accesible, que transmitía emociones, algunos poetas de las nuevas generaciones están sembrando la oscuridad en la incertidumbre, eso por no mencionar las poéticas del silencio.
Cuando un poema no se entiende, el lector suele culparse a sí mismo, inducido por la idea generalizada de que el poeta es un ser con una sensibilidad diferente, superior. Una idea tan falsa como interesada. Si un poema no se entiende el único responsable es quien ha tratado de establecer la comunicación. O bien no ha sido capaz por sus limitaciones, o bien no lo ha conseguido porque no era su propósito, porque sólo buscaba la erudición y el artificio, algo que está bien visto, que tiene buena prensa y que provoca una palmadita en la espalda de la crítica, sumida en gran parte en la misma torpeza. Si un poema no se entiende, por lo general lo que sucede es que el poeta no ha hecho bien su trabajo. Los poetas somos personas normales, con los mismos temores y preocupaciones que el resto de los seres humanos, aunque tratemos de mirar con atención lo que nos rodea, buscando lo que hay detrás de la apariencia, para después afrontar el acto de incertidumbre que es escribir un poema que pueda arrojar algo de luz a la realidad.
Por estos motivos, todos los inventarios simbólicos artificiales que alejan a la poesía de su consustancial sentido comunicativo no hacen sino ocultar una falta de latido vital o de auténticas ideas. Los versos puros no necesitan disfraces ni simulada complejidad, simplemente redefinen las peculiaridades de la realidad sin abandonar jamás la atalaya de los sueños.
“Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas, / y una voz cariñosa le susurró al oído: / —¿Por qué lloras, si todo en ese libro es de mentira? / Y él respondió: / —Lo sé; / pero lo que yo siento es de verdad”. Este poema de Ángel González resume de forma excepcional lo que entendemos como el milagro de la poesía, la capacidad de transmitir un sentimiento gracias al idioma y a los diferentes recursos que ofrece el género. Sin ese intento de transmitir emociones, de llenar un vacío, de reflexionar sobre el mundo, de convertirse en mil hombres; el poema está hueco, no tiene vida.
Hoy es necesario superar el artificio estéril y soso, el poema que no dice nada, el poema que enuncia y enuncia y jamás encuentra el sentido, la histeria por el experimento per se, la ingenua búsqueda de una “novedad” que jamás se halló.
La poesía nace, como todo arte, de un sentimiento humano universal como es el anhelo trascendente. Va mucho más allá de los atrevidos juegos de estilo o las oscuras construcciones lingüísticas que parecen facturados sólo para un selecto grupo de iniciados. La poesía ha pertenecido y pertenecerá siempre a la humanidad entera, es un caleidoscopio luminoso y claro que se adentra en los recovecos más recónditos de nuestra conciencia. Nace desde un yo poético pero se remansa indefectiblemente en el nosotros, creando ese espacio de comunicación universal que puede existir tan sólo entre corazones humanos liberados de escudos y armaduras. La poesía no encadena ni encorseta a su lector u oyente con fingimientos prefabricados o yuxtaposiciones carentes de significado íntimo. Al contrario, la poesía nos libera y nos reviste de nobleza, pues propicia la sensibilidad a los estímulos del mundo exterior.
En definitiva, somos partidarios de una poesía que formalmente incluso alcance el preciosismo. Pero creemos en una poesía que además comunique, que diga algo, que porte sentido. Una poesía que conmueva y, en el mejor de los casos, estremezca, cimbre, cumpla con el rigor de lo poético que pedía Robert Graves, cuando se refería a la diosa blanca: “El motivo de que los pelos se ericen, los ojos se humedezcan, la garganta se con-traiga, la piel hormiguee y la espina dorsal se estremezca cuando se escribe o se lee un verdadero poema, es que un verdadero poema es necesariamente una invocación de la Diosa Blanca”. El poema entonces, también es un dictado, un puente hacia lo otro, hacia lo más. Quizá Borges, mitad con ironía, mitad en serio lo explique mejor cuando contaba lo siguiente: “Se trata de una cita de Bernard Shaw. A éste le preguntaron: “¿Usted cree realmente que el Espíritu Santo ha escrito la Biblia?”, y Bernard Shaw contestó: “No sólo la Biblia, sino todos los libros que vale la pena releer.” Es decir, para Bernard Shaw, el Espíritu Santo es lo que antiguamente llamaban la Musa.”
Pero, a fin de cuentas, ¿la musa para qué y por qué? Porque todo se hace para alguien, y la musa es la emoción y el talento, una metáfora de la necesidad de comunicación que tienen todas las personas, de sentirse comprendidas, de encontrar respuestas. Y también para dar cuenta de nuestra existencia concreta, del aquí y el ahora, de la manera en que participamos del mundo. Para mostrar la sensibilidad de nuestro tiempo, un tiempo lleno de incertidumbre sobre el que la poesía puede seguir arrojando algo de luz si los poetas quieren.
Seguimos creyendo que una de las misiones de la poesía es enfrentarse al poder. Y el poder de hoy no hace más que invitarnos al silencio, al fragmento, a las subjetividades ensimismadas y a la pérdida de diálogo entre las conciencias. Queremos decirle adiós a todo eso.

Tomado de Poesía ante la incertidumbre (2011)

REFLEXIONES ACERCA DE LA ANACRONÍA POÉTICA EN LA POSTVANGUARDIA Y TRANSVANGUARDIA

  El anacronismo es uno de los problemas que más interés ha suscitado en mi mente, quizás, porque la literatura acontece en el tiempo sin to...