No descansa la noche.
Anda suelta
y la ciudad extraña los
muslos
y el violeta culebrea en las
faldas.
Los pequeños animales salen
de sus escondrijos
y la noche los acaricia,
los mima,
les da miel de gato
y galletas desabridas.
La noche duerme el sueño
ebrio,
la miasma de la sierpe;
la antigua,
la que orina sobre cuaresma y
fetiche,
dándose un largo beso torpe.
Los animales de cuatro patas,
de ocho colmillos,
salen de sus agujeros
y le ladran a la noche de los
insomnios voraces.
La misma que descansa en el
sillón
y da vueltas por la casa
y se dirige a un cuerpo incierto.