jueves, 21 de abril de 2011

Carlos Bonilla Avendaño: un místico revolucionario

Carlos Bonilla Avendaño nació en Heredia, Costa Rica, en 1954. Estudió teología y Derecho. Ha trabajado con comunidades campesinas y con migrantes nicaragüenses, en un acompañamiento organizativo, legal y pastoral. A pesar del neoliberalismo, sigue apostando a una fe cristiana comprometida con el proyecto de los pobres. Cuando puede, se refugia en una esquina del nombre y escribe algún poema. Ha publicado los libros Alguien grita mi nombre y yo me escondo (San José: Lithocolor, 1996) puerta de los ciegos (San José: Perro Azul, 2002) Tren sin retorno (San José: Arboleda, 2009)
La poesía de Carlos Bonilla pertenece a lo que los críticos  costarricenses han aceptado como la segunda postvanguardia, en ella se perciben ciertas afinidades con la primera postvanguardia, sobre todo la persistencia de ciertas utopías: política, amorosa, existencial, filosófica. La poesía sigue concibiéndose como un instrumento de lucha, por lo que permanece la confianza en el poder de la palabra como medio de transformación del mundo; aunque existe otra tendencia que expone el desencanto ante el mundo, la decadencia, la evasión y la falta de fe en la posibilidad de cambio a través de palabra.
Entre estos poetas se acentúa la reflexión sobre la poesía, continúa el viaje hacia la intimidad, el silencio y la tristeza, viaje que incluye un acercamiento crítico a la realidad de patria y sus deficiencias. Otros registran un tratamiento novedoso del amor y el sexo, que conjuga la expresión directa y coloquial con un hermetismo calculado, el eco de la música popular, la melancolía característica de los últimos tiempos, la conversación con otros textos literarios (intertextualidad).
La poesía de Carlos Bonilla Avendaño se debe entender como un misticismo comprometido con las luchas de los más pobres, de los menos favorecidos; aunque el misticismo sea solo una arista de poesía. La mística es parte de la teología que trata de la vida espiritual y contemplativa y del conocimiento y dirección de los espíritus. No obstante, el misticismo es el estado extraordinario de perfección religiosa, que consiste en la unión inefable del alma con Dios, por el amor, y va acompañado esencialmente de éxtasis y revelaciones. El misticismo es toda doctrina de carácter metafísico que trata más de los mundos ideales que de nuestro universo físico, y que enseña la comunicación directa entre el hombre y la divinidad, ya por vía de la intuición, del éxtasis, o por excesiva tensión de las facultades de la psiquis. La mística designa una experiencia difícil de alcanzar en que se llega al grado máximo de unión del alma humana a lo Sagrado durante la existencia terrenal.
En el caso de la mística cristiana, el acto de unión con Dios, conocido como éxtasis, no depende del individuo, sino solamente de Dios, que por motivos que Él solo conoce otorga un breve tiempo de comunicación sensible ultraterrena a algunas almas a la que se acerca bien directamente o bien para su posterior transmisión a un grupo o conjunto social. Puede ir acompañado de las llamadas manifestaciones, llamadas estigmas o llagas: heridas que reproducen algunas heridas de Cristo en la cruz, así como la bilocación y las manifestaciones proféticas. El misticismo está generalmente relacionado con la santidad, y en el caso del cristianismo va acompañado de manifestaciones físicas sobrenaturales denominadas milagros. Por extensión, mística designa el conjunto de las obras literarias escritas sobre este tipo de experiencias espirituales.
En su libro Alguien grita mi nombre y yo me escondo, Jorge Boccanera dice en Carlos Bonilla coviven niño y hombre gracias a un juego que los mantiene unidos; un avispero de interrogantes los reúne. El título expresa el tema del desdoblamiento y la ausencia; la identidad escamoteada de un niño repartido en todo aquello que lo rodea y que ha hecho suyo por derecho de imaginación. El poeta bucea en sus recuerdos, hurga su infancia, llama a ese niño que juega a extraviarse y que cuando aparece narra su mejor fantasía.

No sé dónde comienza el mundo
y acaba la mirada.

Arrastro la feliz angustia
de confundir la piedra con la sangre.

Amo esta luz. La escucho sin barreras,
filtrándose a pesar de tanta herida,
cantando en mis bodegas interiores.

Claridad de las cosas, habitándome.

Todo es símbolo
                        gesto,
                                sacramento.

La flor no es ella,
                        sino que la das,

como me das el beso, el fuego, la mirada.

Nuestro amor:
un renovado, cotidiano rito.

En su poemario puerta de los ciegos, se acrecenta el misticismo, la reflexión sobre la relación entre el hombre y Dios. Existen más preguntas que respuestas. El poeta escarba en las escrituras para cuestionar verdades.

mi hijo de diez años pregunta:
"si Dios sabe el futuro,
¿para qué puso a prueba la fe de los patriarcas?"

mi hijo mira el mundo,
orquídeas,
             rocas,
                   sapos

polícromas verdades
          que nadie pone a prueba.


en el principio existía la tiniebla

la noche dando a luz

transformando en arcoiris
el último reducto de la nada

es por eso la noche una tierna placenta
y la oscura memoria se olvida de la muerte
(aún la noche pequeña del sepulcro
mantiene un silencioso rescoldo de penumbra)

desde entonces
te busco entre mi noche
cuando la luz se esconde en la pupila

peregrino
sin más constelación
que mi propia ceguera

En su libro TREN SIN RETORNO, el tópico central es el viaje, el tránsito por los sueños, por los recuerdos, por la historia y la literatura. Además, de que continúa la reflexión iniciada en puerta de los ciegos. Un poema paradigmático es "Letanías de las virtudes teologales"

(Amor)

Cicatriz de la más honda herida,
Tatuaje de mis sueños,
Laberinto indeleble de la sangre

Muéreme de la muerte.

(Esperanza)

Hiedra en el arbusto de los sentimientos,
Enredadera clavada entre la savia,
parásita de las neuronas

Sálvame de la muerte.

(Fe)

Crepúsculo interior sin horizonte,
Oscurísima noche,
Certeza más dudosa que la muerte

Muérete con mi muerte

Fe, Esperanza, Caridad,

sálvenme de la muerte
muéranme de la muerte
muéranse con mi muerte. Amén.

La poesía de Carlos Bonilla, como la de su generación, muestra un compromiso con la transformación del ser humano por medio de la palabra. Es una poesía de carácter combativo que busca respuestas a las preguntas del ser, del tiempo, de la historia. El poeta cree aún en las utopías, aún tiene fe, esperanza, en que pequeños actos de amor transforman al mundo. No tiene el sarcasmo, ni la ironía de los poetas de la primera transvanguardia, quien en un gesto cínico se ríen de sí mismos, o ahogan su amargura en los bares y prostíbulos de San José. 



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