En cuanto marzo, la noche era un bosque de cipreses. Un bosque era el Parque Nacional y su Monumento Nacional, frente a la Biblioteca Nacional. Me dolió el esternón, el cielo barrido por demonios; el aire, en la última clavícula del guitarrón. Me dolieron tus Mariachis, me dolió Adviento, Nostra Cosa Morta. Me dolió el mundo, el Amigo Secreto. Tenía tan pocas cosas viejas, todo era nuevo, tan nuevo y reciente como la primavera, ni una telaraña en tus semáforos. ¡Dios, mío! El Parque Central era demasiado sucio, un mar que apesta a lebreles, hamburguesas y bananos. Si al menos hubiese un Océano en tus calles, una canción, en tu alma, un bosque, qué inútil un bosque de cerillos sobre la luna llena que cae en tus labios.
de Corriente subterránea (2004-2010)
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