La poesía de
Cristian Alfredo Solera (1975) surge a finales de los años noventa con el libro
Traficante de auroras (1999) después
vendrán poemarios como Itinerario
nocturno de tu voz (2000) Tú no sabes
nada de la ausencia (2004) Ceniza
(2005) La piel imaginada (2008) Criaturas imaginadas y otros poemas que
mienten (2011) Poemas para no leer en
tu funeral(2013) Pertenece a lo que he venido a calificar
como generación de transvanguardia, ese grupo de poetas nacidos entre 1970 y 1984,
que inician sus carreras literarias en los años noventa y se consolidan en la
primera y segunda década de este nuevo milenio. El concepto de transvanguardia
supondría un complejo de movimientos estético-ideológicos que atraviesan la
vanguardia y la postvanguardia, reutilizando las estrategias retóricas y
discursivas de los sistemas estéticos anteriores. Pero no solo los penetra y
desangra, sino que se mueve hacia la tradición angloamericana de preferencia,
con la inclusión de otras tradiciones literarias como la china y japonesa, mediante
su copia e imitación.
La práctica
transvanguardista se asocia al momento anterior, que no ha abandonado el objeto
artístico en pro de las nuevas tecnologías o del advenimiento a una apertura
ilimitada del arte con la consiguiente muerte de las formas
tradicionales. La herencia artística de los setenta (principalmente
conceptual), propone la reutilización del objeto desde distintas apuestas, que
facilitan la inclusión de prácticas conceptuales. El término “transvanguardia”
deviene de las artes a la poesía, marcando un sentimiento común por parte de un
grupo de poetas, de clasificar un espacio de producción en el cual la
Literatura encuentra un nuevo punto de fuga o quiebre con la tradición
inmediatamente anterior.
Allí donde otros
proponían unidad y coherencia, la transvanguardia propone multiplicidad,
dispersión, colección e imprecisión, coexistencia pacífica, insisto, entre lo
tradicional, el presente y las conquistas del futuro. La llamada moda retro
es uno de sus productos más preciados. Descentramiento de algo que para el
modernismo crítico era crucial: poner en cuestión el pasado para superarlo. Hoy
parece ser que esta petición se ha archivado o cambiado por una posición acrítica
casi atemporal y transhistórica.
Sin embargo, la poesía de Cristian
Alfredo Solera se encuentra dentro de la ideología estética del
trascendentalismo. El trascendentalismo corresponde a una experiencia estética
que busca la revelación de lo metafísico del ser humano, por medio del lenguaje
poético, en medio de un mundo cada vez más desacralizado. Es conveniente
aclarar que el uso del concepto "trascendental" no representa
precisamente una preocupación metafísica u ontológica; ello sería adaptar la poesía
a los valores y medios particulares de la filosofía. El concepto trascendental
no parte en la poesía de la especulación, propia de la filosofía, sino de la
vivencia trascendental conseguida a partir de la forma del poema para llegar al
lector.
El trascendentalismo
nace como movimiento literario en Costa Rica a partir de la publicación del
Manifiesto Trascendentalista, en 1977. Sus autores Laureano Albán, Julieta
Dobles, Carlos Francisco Monge y Ronald Bonilla concibieron una poética cuyo
fin es ultraliterario: Incorporarse al ser, trascender la estructura literaria
y convertir el poema en vivencia trascendental para llegar al lector.
Señala Ronald
Campos en Breve noción estética e
ideológica(2008):
Desde mi poética y relectura del Manifiesto
Trascendentalista, considero que la liberación de todo espacio interior se
logra por medio de la poesía, por medio de la inevitable revelación alcanzada
entre la intuición trascendental con que el poema acoge, desapercibida, la
experiencia del otro y la liberación expresiva del lenguaje. En el lenguaje coloquial,
la metáfora manifiesta una presencia constante. Esto se debe a que, en
ocasiones, resulta imposible no usarla, porque la metáfora siempre obedece a la
ineludible necesidad de expresar cuanto no posee equivalente en el lenguaje
directo y conceptual.
Después de toda esta explicación
¿Qué significa Epitafios inútiles en
la obra de Cristián Alfredo Solera? La poesía de Solera hasta el momento
debería dividirse en dos etapas muy claras: la primera formada por los libros Traficantes de auroras, Itinerario
nocturno de tu voz. En estos primeros libros gravita la influencia del
trascendentalismo duro, es decir, el
del uso la metáfora a ultranza, la riqueza de lenguaje y de imágenes puras, la
adjetivación excesiva, y la presencia constante del yo lírico. Este hablante en
primera persona singular permea la obra de Solera de manera constante, por no decir, obsesiva.
Contemplo en tus brazos
lo acústico del sueño,
y hallo una herida
en la penumbra iluminada
de tus ojos.
Itinerario
Nocturno de tu voz
Una segunda etapa, lo constituyen
libros como Tú no sabes nada de la
ausencia, Ceniza, La piel que imaginada, Criaturas imaginadas y otros poemas que
mienten, Poemas para no leer en tu
funeral. En esta etapa, nos encontramos frente a un trascendentalismo light,
es decir, se reduce el uso de las metáforas, y se le da énfasis a
construcciones verbales. El poeta busca la sencillez en el lenguaje, para
aproximarse a un público más amplio.
Qué es lo que me queda,
solamente hacerme una pregunta,
fumar un cigarrillo,
madrugar en tus manos
o empezar quizás desde el principio.
Tú no sabes nada
de la ausencia
En esta etapa
Cristian Alfredo Solera se acerca más a los presupuestos de la postvanguardia,
es decir, una retórica de la cotidianidad, del uso de lenguaje coloquial, que
busca generar un amplio espectro comunicacional. Además, apela a un énfasis
individualista ligado con la experiencia cotidiana y el tópico amatorio. En un
proceso de hibridación poética busca conciliar la estética trascendentalista de
sus primeros libros con la estética conversacional.
Ayer quise escribirte un poema,
un verso descalzo que lo sorprenda todo,
una hoja en blanco en la que yo apenas subsisto.
La piel
imaginada
Pienso en ti cuando jugamos a la nostalgia,
esperando ya ves
una señal en la mirada de los otros
que comienza a jugar como tontos
a la lucha libre y al sudor.
Poemas para no
leer en tu funeral
En Epitafios Inútiles, Cristian Alfredo
Solera, mantiene de forma obsesiva los tópicos y recursos de su poesía. El libro está divido en dos partes:
Epitafios y Caer. Un epitafio es un texto
que honra a un difunto, la mayoría normalmente inscrito en una lápida o placa.
Tradicionalmente un epitafio está escrito en verso, aunque hay excepciones. El
nombre epitafio, epitaphium en latín, es compuesto de dos voces
griegas epi, sobre, y taphos, tumba, es decir
inscripción puesta sobre una tumba. Muchos son las citas de los textos santos,
o aforismos. Muchos epitafios fueron escritos con algún refinamiento literario,
por lo que constituyen un subgénero literario poético dentro del más general de
la elegía o poema de lamento. El poema para Solera es un epitafio
inútil, que no logra rescatar en toda su esencialidad esas figuras y esos
fantasmas que rodean al poeta.
En la I Parte Epitafios, Solera lamenta la ausencia
de la figura paterna, la pérdida de la amada, el extravío de los actos
cotidianos, de las costumbres y de las tradiciones familiares. El poeta nos
muestra esa herida que lleva a cuestas, esos demonios que lo persiguen desde la
infancia –paraíso perdido o infierno detestable—. El padre es un vacío que no logran llenar las palabras del poema.
La madre es una figura difusa o colérica. Ella es el alter ego del poeta, quien
lo comprende y no lo comprende. Por eso,
el abandono, la separación, la huida, la desaparición, la privación, la
carencia, la soledad, son temas constantes de una realidad fracturada. O como dice el poeta:
Mejor no acabar este poema
por el que deberías mensualmente
pagarme tributo,
después de todo papá
aún llevas tu ataúd a cuestas,
tu suerte de hombre dormido,
taciturno y condenado.
De “Oración de la mañana”
Por otra
parte, el poeta “es un pequeño dios de lo inefable y lo posible”. Esta idea de
un pequeño dios no tiene relación con la idea de un pequeño dios huidobreano.
Pues hay en Cristian Alfredo Solera una necesidad de comunicación, de
comunicación amorosa, como diría Vicente Aleixandre. La poesía es una profunda verdad comunicada. El poeta se comunica y
esta comunicación es una verdad que nace de un corazón hacia otros corazones
fraternos. El libro es ese vehículo-símbolo que contiene la realidad como un
frasco de esencias, ideas y materias transformadas. En él construye la vida, la
infancia, el amor, la muerte. Quizás por eso el poeta concluye este apartado
con el poema “Libros”:
En esta soledad conservo
todos los libros que olvidé,
los que repartí armoniosamente
entre mis peores enemigos,
los que huyen como locos
hacia todas direcciones,
los que buscan un instante,
un instinto perenne
para ocultarse de las sombras.
Esos libros no son dedicados a los
amigos, sino a sus contrarios, aquellos que no encuentran un centro, un ethos,
el equilibrio de un lenguaje claro y sencillo. El poeta habla de esos libros no
escritos, que aún aguardan en su soledad, que sean escritos. Libros olvidados,
construcciones de realidades, angustias y reclamos.
En la II Parte Caer, es interesante el
significado del infinitivo, pues significa moverse de
arriba abajo por la acción de su propio peso;
perder el equilibrio hasta dar en tierra o cosa firme que lo detenga; desprenderse o separarse del lugar u objeto
a que estaba adherida; venir
impensadamente a encontrarse en alguna desgracia o peligro; dejar
de ser, desaparecer; incurrir en algún
error o ignorancia o en algún daño o peligro; desconsolarse,
afligirse. En su forma de participio, el símbolo
de la caída figura como metáfora de la culpa, del fracaso, o de la ruina, o
incluso puede configurarse como presagio de males que van a acontecer.
La caída tiene un sentido mítico en Epitafios Inútiles, el poema “Lilith”
apela a esa figura femenina, que según el Talmud y las leyendas rabínicas es la
madre de los gigantes o demonios, la primera mujer de Adán, la cual no quiso
someterse a éste, para vivir en la región del aire; espectro nocturno o madre
terrible. Según la Cábala, es el demonio del viernes, opuesto a Venus, y
representado por la figura de una mujer desnuda cuyo cuerpo termina en cola de
serpiente. Por eso, no es paradójico que en este apartado aparezca el poema
“Respuesta de Adán ante los jueces”, este Adán es el hombre por antonomasia, y
el padre común del género humano. Dios, al crearlo, lo sitúa en la cima de la
más perfecta especie animada, tanto como prototipo terrestre como celeste. Adán
es hecho a imagen y semejanza de Dios, que le adornó de la gracia santificante
y de la integridad, como cabeza de la humanidad, pero perdió esta cualidad por
culpa de su pecado. O como dice el poema:
Que ya no escucho lamentos
ni extrañas recomendaciones,
y que tampoco la miro entre mis
sueños
ni en mitad de los escombros
que aún florecen en mi espalda,
por estar de nuevo condenado
al mismo paraíso que otra vez
sin darme cuenta,
por culpa de ella,
ya había perdido en la manzana.
En la poesía de Cristian Alfredo Solera, hay una
necesidad de comunicación, de comunicación amorosa, como diría Vicente
Aleixandre. La poesía es una profunda
verdad comunicada. El poeta se comunica y esta comunicación es una verdad
que nace de un corazón hacia otros corazones fraternos. El libro es ese
vehículo-símbolo que contiene la realidad como un frasco de esencias, ideas y
materias transformadas. La poesía es un
acto comunicativo entre dos o más seres humanos; es un acto terriblemente
humano. En Epitafios inútiles, Solera
es un poeta que no cambia, no se transforma, sino que nos revela su humanidad, una humanidad que se
desplaza de lo celeste a lo terrestre, de lo terrestre a lo infernal. El poeta
es un hombre que desnuda sus sueños, sus ambiciones, sus fracasos, sus heridas,
sus recuerdos. Nos deja penetrar en su mundo que constantemente destruye y renace en el seno del poema.
No hay comentarios:
Publicar un comentario