Edmundo ha dicho: “La poesía es para mí ese instante preciso e
irrepetible en que intento captar la esencia de una situación, o de algo o
alguien; como en una fotografía, un giro musical, una hoja llevada por el
viento.
Obtengo así un fragmento velado de asombro,
constelación o suma de sensaciones que puedo dar a otros. Si el poema así
logrado alcanza conmover o hacer sentir mi experiencia el objetivo se ha
cumplido. He logrado trascender el instante. El acto poético ha sido consumado”.
En mis lecturas de poetas costarricenses, siempre he buscado esas
constantes que forman la historia literaria. Edmundo pertenece a la historia de
la poesía de Costa Rica, para mayor precisión, a la segunda postvanguardia, es
decir, a los poetas que nacen entre 1955 y 1969. Poetas como Mario Camacho,
Gerardo Morales, Marco Tulio Mena, Norberto Salinas, Adriano Corrales, José
María Zonta y Frank Ruffino, para no citar más, comparten un interés por la comunicación, y
algunos, no todos, siguiendo el ejemplo del poeta Isaac Felipe Azofeifa
empiezan a publicar en plena madurez. En la segunda postvanguardia, también llamada Generación Dispersa,
otros estudiosos perciben ciertas afinidades con la generación anterior, sobre
todo la persistencia de ciertas utopías políticas, amorosas, existenciales y
filosóficas. La poesía se concibe como un instrumento de lucha, por lo que
permanece la confianza en el poder de la palabra como medio de transformación
del mundo; aunque existe otro grupo de poetas que desarrolla temas como el
desencanto ante el mundo, la decadencia, la evasión y la falta de fe en la
posibilidad de cambio a través de palabra.
En 1991 se atreve a publicar sus
poemas reunidos bajo el título Los bailes
íntimos. Como bien señala Manuel Bermúdez, es un poemario que “recoge la
nostalgia y la sorpresa de lo cotidiano. Parece tener siempre el punto de vista
de un niño. La añoranza en su poesía es constante entre la nostalgia y
juego.” Los bailes íntimos es un libro de ternura inusitada, de una ternura
construida sobre los recuerdos de la niñez, el amor y la vida. La infancia le
obsequia ese dejo de inocencia virginal, ese paraíso primero es el paraíso, no
hay vuelta de hoja, o la hoja baila sobre la luminosidad del día. En Edmundo,
la vida se forma de esos elementos instantáneos que el poema petrifica en las
letras. Otro de los temas perennes de toda la poesía es el amor erótico,
fraterno y familiar. El amor amor es encuentro y despedida, es traer y llevar por
la existencia la esperanza. Pero también la soledad se halla presente en los
poemas, una soledad que proviene de tomar conciencia de nuestra intimidad y de
nuestro devenir. En Edmundo Retana la vida lo es todo; es el canto, el pájaro,
la hormiga, la hoja que vuela por el aire, mamá, papá, la hermana, la amada.
Quizás por eso esa ternura pensada, meditada, sorprende al lector, lo inquiere,
indaga su ser hasta revelarnos su fondo.
Edmundo
descubre lo maravilloso que tiene la realidad, no nos presenta simples
anécdotas de colegial. Ni hace pasar chistes por poemas. Nos muestra la realidad
desde diversas perspectivas. El niño, el hombre, el amante son formas de ver el
mundo; por eso, puede describirnos:
el combate que urden
las cosas en silencio.
O la llegada o ausencia del padre
Olés a muerte, papá.
O el descubrimiento del amor
Todo es secreto
hasta que un buen día de amor
te encontrás lleno.
O la revelación de los recuerdos
Este momento lo soñé antes,
estaba en los pasos de mis hijos,
en algún libro amarillo.
Cada
poema de Edmundo Retana busca la eficacia y la eficiencia del lenguaje. Nada
sobra. Todo está ajustado a la emoción que el poeta quiere transmitirnos. Minimalismo.
Síntesis. El poeta ha desechado todo ropaje de abalorios, que distraigan
del objetivo primordial: hacer sentir al lector. Para lograr esto, el poeta nos
invita a leer su receta:
Mis 10 reglas de escritor
1.
Si
me mantengo leyendo estoy acumulando energía que en algún momento me servirá para escribir.
Debo leer solo lo que me gusta.
2.
Leer
poesía me crea un cierto estado de alerta que puede llevarme a escribir. Leer
poesía es hacer poesía sin que necesariamente esta se escriba.
3.
No
debo preocuparme por escribir poesía en sentido estricto. Un correo, una carta,
una tentativa de cuento, pueden contener el poema. Escribir un poema no es un
acto deliberado.
4.
No
es bueno hablar sobre lo que se quiere escribir. Al hacerlo uno malogra el
tema.
5.
No
hay que preocuparse por la unidad de lo que se escribe. Esta se va dando sola.
La unidad es uno mismo.
6.
Hay
que estar atento al poema. Aprender a identificar la sensación interior que lo
acompaña.
7.
Los
poemas tienden a resolverse con el tiempo. El paso de la vida va dando la
palabra justa, el giro exacto o la habilidad de encestar, con gran precisión,
el papel arrugado en el basurero.
8.
La
primera frase es el germen del poema. No hay que corregirla cuando nace. Ni las
que siguen. Esa es una tarea posterior que tiene su propia lógica.
9.
Lo más importante de
escribir es el placer que uno siente cuando lo hace. Leer a otros es un poco
prolongar esa sensación.
10.
Los
libros de poesía responden a ciclos de vida. No se pueden apresurar ni demorar.
Un buen poemario es casi siempre una metáfora de un tiempo.
Este
decálogo es el fundamento de una obra que se ha ido escribiendo en silencio,
sin el bombo y autobombo de los falsos poetas o profetas. Edmundo Retana es un
poeta que conoce el oficio de escribir, sabe que la fama y la gloria son
vanidad de vanidades, él quiere sentir y hacer sentir al lector, crear esa
empatía en el escritor y el lector, entre seres humanos.
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