martes, 14 de julio de 2009

Hoguera Infinita: Itinerario de una llama amorosa


El lector que regresa sobre un libro ya leído tiene como inconveniente repetir lo que ya se ha dicho o revelado, aunque hay algunos libros cuya riqueza poética permite acercarnos a diferentes estratos de la realidad. La primera lectura que se hizo de Hoguera Infinita versaba sobre el amor y los cuatro elementos primigenios: la tierra, el agua, el aire y el fuego. Cada elemento engarzado en las figuras del amante y la amada. Pero también, interesaba el libro como proyecto siempre en metamorfosis, transformándose constantemente como la naturaleza. Claro, toda lectura recorre un itinerario diferente de símbolos y metáforas que se complementan, cambian de sitio y de postura, y revelan significados nuevos y asombrosos.
Dice muy bien Roberto Brenes Mesén que “Los poemas verdaderamente tiernos poseen ese algo fugitivo de los recuerdos.” Y el libro Hoguera Infinita presenta poemas de una verdadera ternura que hacen temblar la memoria, dividido en cuatro partes: “Hoguera Infinita”, “Silencio Vertical”, “Claroscuros del alma” y “Desvelos”. Cada una representa el diario de un amor hacia la ausencia del amor, o mejor dicho, del amor humano al amor divino, como decreta la poeta: “Dios / Tú / no has borrado / de la tierra los milagros.” En esta lectura, se tratará de responder cómo Hoguera Infinita es un tránsito y qué conlleva transitar con autora y su poesía.
La primera parte, titulada como el libro, reúne aquellos poemas donde el encuentro entre el amante y la amada es una realidad. El amor es un fuego purificante: Cual hoguera infinita / tu amor/ purifica / mi alma. El fuego ya no es un objeto científico sino poético, pues la conquista del fuego es una conquista sexual. El fuego surge del exterior para internarse en el espacio interno de la poeta, es posesión del amante: Lavas / hirvientes / corren / en el resplandor cóncavo / del gozo. La distinción sexual del fuego es claramente complementaria. El principio femenino del fuego es un principio de superficie y envolvimiento, un regazo, un refugio, una tibieza. El principio masculino del fuego es un principio de centro, un centro de potencia, activo y repentino como la chispa y la voluntad. El calor femenino ataca las cosas desde afuera. El fuego masculino las ataca por dentro, en el corazón de su esencia. Como ocurre con los poemas de Elliette Ramírez.
La segunda parte, titulada “Silencio Vertical”, aúna poemas en los que se vislumbra la separación de los amantes, la ausencia se trasforma en oscuridad, frío y lejanía: Sin ti / es danzar sin luz / la vorágine / del océano. Resume la sensación de pérdida que expresa: Tal vez puente / Tal vez planta / Tal vez / palpable o trasparente muro / cercado de presencias / ahora que no existes. La separación de los amantes no se produce por la huída o la negación del amor, sino por la muerte, ausencia irreparable. Históricamente, el discurso de la ausencia lo pronuncia la mujer: la mujer es sedentaria, el hombre es cazador, viajero; la mujer es fiel, es quien elabora su ficción, puesto que tiene el tiempo para ello; teje y canta.
En “Los claroscuros del alma”, tercera parte del libro, ante la pérdida del amado la poeta se refugia en la oración. Toda oración cristiana supone una cierta participación de la persona que en ella toma parte. La oración significa suplica, no es un rito exterior como recitado de fórmulas, sino el don personal del espíritu y del corazón de Dios presente en el alma por la gracia. De este modo, se expresa la poeta: Dónde la oración / alza su vuelo / En cuál escondrijo / de la aurora / parpadea la sombra / y lo ignoto / dibuja / claroscuros en el alma. El amor carnal se transforma en un amor místico. La poeta ya no busca el placer de la carne, sino la delicia del encuentro amoroso con Divinidad: Místico amor / busca el signo / que de tantos desatinos / se torno imperfecto / La magia del espíritu trasciende / y el amor purifica / los sentidos. De esta manera, si el amor carnal purifica el alma, el amor divino purifica la carne (los sentidos).
La última parte “Desvelos” es necesaria interpretarla como una verdadera arte poética, en que la poeta nos revela el proceso creativo como una posesión fantástica y maravillosa:
Reverente invoco
el códice sagrado
Interpelo el misterio de la noche
En vigilia voy a su fuente
transcribiendo
las memorias del sol
y lo que perdura
más allá de la muerte
Amasijo la arcilla
su luminosa piel
de agua me recorre
Intenso pálpitos milenarios
seducen
Visible magia de otras manos
en las mías
vuelo de palomas
palpitantes
saltan
en la dúctil materia complaciente
Las horas del desvelo
ansiosa y dulce locura
extraña
calidez envolvente
mis manos en las suyas
fluidas
acinturan
insospechadas sensaciones
Desato temblores
de encubiertos enigmas
El cuerpo sin control
arrebatado
metamorfoseándose
con su respiración
acompasada en mi nuca
acaricia
hombros
brazos
manos
torso
encendiéndome en su color
de siena tostado
Mágica ternura cabalgando
rito siempre presentido
Y la creación voluptuosa
tomó forma
y el ancestro creador
dentro
o fuera de mí
doblándome
desdoblándome
conjurado misterio
desvaneciéndose
desvaneciéndome

2 comentarios:

  1. En realidad desde la lectura que haces del texto, siento que se refuerzan una serie de mandatos, más o menos estereotipados de la sociedad patriarcal. En este sentido, me sigo quedando con propuestas como las de Gioconda Belli, o Ana Istarú.

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  2. Yo creo que la lectura que hago del texto no refuerzan los estereotipos de sociedad patriarcal, sino que se sustenta en los arquetipos del discurso amoroso. De Gioconda no digo nada, porque lo último que leí hace mucho "Línea de fuego" y de Ana Ístaru, creo que te refieres a sus obras de teatro, porque en su poesía continúa con los estereotipos del discurso amoroso.

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