Más de uno que piensa
que la poesía costarricense necesita un cambio. Yo lo sentí desde hace años.
Leía todo lo que caía en mis manos, lo sigo haciendo, el peligro de leer es que
aprendes a leer bien y entonces ya no crees todo lo que te ponen a leer. Así
conocí a varios poetas burócratas, comencé a fraternizar con los niveles del
infierno poético costarricense. Supe de estos burócratas que se dicen poetas y
que obstruyen a otros que parece son más poetas que ellos. Pero ellos al servir
a su causa dentro de una institución, no quieren o no permiten que otros
disfruten de las mieles de la institución u organismo cultural. De éstos
existen muchos más de lo que creemos, ya sea en la Editorial Costa Rica,
Universidades o institutos de cultura.
Estos escritores funcionarios son muy extraños, creen merecer el parnaso costarricens.
El ego habla más que sus obras. Y cuando los vas a ver, aunque sean
funcionarios, no quieren dar nada ni que les pidas nada. Y siempre actúan como
si te estuvieran haciendo un favor. Aún siendo burócratas y si se les recuerda
que son burócratas te dejan de hablar y cierran la puerta de sus oficinas. Como
si fueran realmente sus oficinas. Increíble espejismo que se forman. En fin, de
estos conozco muchos y mejor olvidarlos. Por sus obras los desconoceréis.
Los otros poetas son
los premiados, entrevistados, publicados, los poetas que siempre caen parados
pero que su poesía es dudosa por su docilidad del arte por el arte. Poetas que
hacen de sus obras y del grupo de amigos casa de los espejos. Y no significa
que el poeta tenga que ser revolucionario. No, sólo se trata de un poco de
ética humana, de lo más básico para creerles y leerlos con más ganas, pero esto
no pasa. Estos poetas viven casi con la Diosa blanca, o son místicos de
universidades o son becarios eternos o jóvenes de toda la vida y crean
fundaciones dudosas de donde sale toda la poética nacional y más que
cosmopolitas más bien suenan un poco a “pueblo poetero”. Estos poetas son
reinas y reyes de todas las primaveras y carnavales del país y fuera del país.
Son poetas que se preocupan más por su fama y su pose que por su estética e
ideas.
Los poetas de
talleres, de encuentros y de ferias de libros, son especialmente chistosos, se
la pasan en cada rincón de cualquier pueblo con tal de leer sus obras completas
que se auto editan, se auto premian, auto mencionan, se auto elogian, se auto
complacen, se auto reseñan. Poetas que buscan la foto en cada esquina con poeta
“reconocido” y que por lo tanto creen que ellos serán a sí mismos reconocidos y
aplaudidos y llenos de decoro y bien portados y se felicitan en cada salón de
presentaciones y en los bailes de los encuentros de poetas y no se preocupan
tampoco por la poesía, sólo les interesa su poesía y las reseñas de sus poemas
y así hasta que mueren olvidados por su propio grupo, sino tienen la mala
fortuna de que algún vivo instaure un premio con su nombre. En fin que estos
eventos son deplorables. Y llegan a caer en el ridículo y en lo patético.
El engaño y
autoengaño es de lo más común y necesario para pasar por todos estos círculos.
Si no hay engaño no hay venta si no hay venta no hay poesía. Pero primero es
creérselo después no escuchan nada ni a nadie.
Después para comenzar
a concluir vienen las vacas sagradas de la academia costarricense de la lengua,
los becarios del sistema nacional de creadores y demás eméritos que dicen decir
que dicen ser conocidos que dicen ser leídos y muestran al pueblo su cultura,
que en este caso sí es su cultura. La realidad es que a nadie le hacen daño
pero tampoco a nadie le hacen bien. Pasan como todo en este pueblo de solos. Con
mínimos aplausos que ellos creen son universales. El engaño otra vez, parece
que el poeta trabaja más con el engaño y autoengaño que con palabras.
Creo que tenemos
varios problemas que resolver si queremos ver a la poesía costarricense de
distinta forma y liberada de toda burocracia. Creo que en estos momentos la
poesía costarricense, como muchos, está secuestrada, principalmente por dóciles
poetas. Tal vez ellos en su ingenuidad no se dan cuenta de lo que están
haciendo mal. Quiero ser inocente y entonces hay que alertarlos y decirles que
se están equivocando. Uno de los síntomas de que se equivocan es que la poesía costarricense
hace muchos años no da nada bueno a la poesía mundial. Ningún poeta costarricense
influye de manera estética a ningún otro poeta de otras latitudes. Me imagino
es porque estamos más preocupados por quién nos mantenga que por crear una voz
propia y verdaderamente poética. El miedo es otro enemigo de la poesía en Costa
Rica. Miedo a perder el premio, la beca, el apoyo, los viajes, la publicación,
los encuentros y así miedo a todo menos al poema, verdadera misión para el
poeta.
Es necesario entonces
quitar de en medio todos los premios de poesía. Es más: prohibirlos. No
permitir que se premien a los poetas, ni premiar a la poesía. Es absurdo
premiar algo como la poesía, algo que no necesita premios. Quitar del panorama,
del mapa, a los premios y premiados. El premio detiene el motor creativo. A
estas alturas los premios no sirven de nada a la poesía. Sólo sirve a la cuenta
del poeta.
Lo otro es acabar con
los encuentros de poetas. Son ridículos y sólo sirven como pasarela de egos y
al final nadie se escucha y todos aplauden en automático. Son patéticos,
verdaderos clubs del recuerdo. No sirven, o solo sirven a los interesados y sus
intereses.
Lo otro es quitar de
una vez y para siempre becas y estímulos a los creadores. Es innegable que a lo
largo de la vida de estos instintivos, no han servido de nada, más que hacer
engordar a escritores y escritoras.
El problema de que
uno aprenda a leer, es que algunos a veces sí aprendemos a leer, tan bien, que
terminamos por ya no creerles. Creerles a los que se dicen escritores o poetas costarricenses.
El aprender a leer nos lleva a buscar más, cada vez más, como poseídos, como
endemoniados. Y este acto de lectura libre es en detrimento de los propios
poetas que nos dicen que tenemos que leer. Cuando leemos volteamos,
regularmente a otras partes con mayor cantidad de aire y de ideas. Con mayor y
mejor poesía.
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