Quisiera besarte, besarte tan hondo,
que mis besos te tocaran el corazón,
estremecieran cada fibra de ti,
como se estremecen las hojas,
cuando el viento las besa.
Quisiera besarte, que mis besos
fueran estrellas, sueños o delicias,
besarte hasta llegar al fondo de ti,
que ningún hombre conoce.
Cuando no estás, me invento otros besos,
no tienen la dulzura de tus labios,
no tienen alas ni son ángeles,
son fantasmas,
simulacros de los besos que no te he dado.
Se acercan alegres, sonrientes,
quieren engañarme con su vuelo
de flor y mariposa.
Caen rendidos en mis labios,
pero jamás serán como los tuyos.
Besarte sería tocar el cielo,
hundirme en tu estatura y tu mirada,
descubrir que no estoy solo,
besando una sombra de ti,
sino tus labios claros,
dulces y golosos.
miércoles, 27 de julio de 2011
jueves, 7 de julio de 2011
Encuentro
Hay hechos que parecen sacados de la manga de un mago, hilados en algún sitio entre las estrellas y el cielo. Ella llegó a mí como una gota de lluvia que, de pronto, te da una bofetada en la mejilla. Después no se puede mirar la realidad de otra manera, o mejor dicho, la realidad toma la forma de sus ojos, sus labios, su cuello, su cabello. Tintinea luminosa la blancura de su piel. Todo sonríe. Todo tiene aromas y maravillas. Resulta que hasta la lluvia tiene una alegría tierna. Huyen los grises, los fantasmas, las arañas. Florecen las mariposas. El alba es mucho más alba.
Ella no lo sabe, pero me ha despertado de un letargo de siglos. La miro pasar por mis ojos, detenerse, mirarme, como si escudriñara el abismo que llevo en el corazón. Siento que tiembla cuando me acerco y la beso. Sus labios se abren como buscando llenar el vacío, que aletea entre la tercera y la cuarta costilla. Al abrazarla, me dejo ir en la corriente que me envuelve, me llena de no sé que delicia. Todo mi cuerpo se funde con su cuerpo. Ardemos sin arder. Somos diferentes, iguales, extrañamente recién nacidos el uno en el otro. Cuando al fin nos separamos para respirar el mundo. Nos damos cuenta que nos hemos encontrado, que entre la multitud ya no somos dos seres anónimos que tropiezan con los días y las noches.
Pero ella, en ese minúsculo instante, no se ha dado cuenta que me ha despertado a todos los sentidos, que su aroma, su mirada, su piel, sus labios, su voz, me embriagan con una dulzura virgen, me llenan de palabras y sueños, me inundan de una alegría dulcemente perfecta.
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