La poesía es la nueva religión para aquellos que ya no creen en verdad alguna, sustituye la verdad empírica, la verdad teología, la verdad filosófica. Cuando no hay nada en que creer, se puede creer en aquello que está en los límites de la sociedad. La poesía es el género cenicienta, mendigo, el espacio contiguo y vacío, que recoge a aquellos que necesitan una verdad, aunque sea relativa. Pero las verdades no son relativas, si se convierten en el modus vivendi de cientos de personas, de miles de personas. Los poetas son los nuevos sacerdotes, los nuevos fieles, los nuevos inquisidores, los nuevos fanáticos.
En ningún otro género literario, la furia de los inquisidores es tan patente. Entre los contemporáneos y los coetáneos se producen luchas fratricidas, con un odio que sorprendería a cualquier cristiano, musulmán o judío. Cada grupo defiende su verdad, como si la verdad fuera una y única. Nadie escapa de está ley ineludible. Las máscaras reemplazan a los rostros, los rostros a las palabras. El silencio es la mejor manera de eludir la existencia del otro. El silencio es la prueba fehaciente de un odio milenario, de una expulsión de ese centro aglutinador de verdades temporales. Prueba de ello es que los poetas costarricenses no conocen las obras de otros poetas costarricenses.
Los poetas callan, y en su silencio, demuestran su desprecio por la obra del otro, incapaces de mostrar tolerancia por el otro. Ríen con una risa demoníaca, con una risa angelical. La risa del poeta es su silencio, muestra su ignorancia, ignorar es la mejor manera de olvidar, pero el olvido castiga con la misma moneda, y muchos, la mayoría, caerán al olvido al que condenan a los otros. No importa cuántos premios reciban en vida, no pertenecen al pueblo, porque el pueblo los ignora. Pertenecen a sus grupos, sus peñas, sus círculos sus universidades. Fuera no existen, aunque quieran existir.
La poesía se lee como una escritura sagrada, como una verdad trascendente y contingente, eterna y efímera. ¿Cuántos poetas no hacen gala de sus lecturas? Sus dioses son otros poetas, sus ángeles, sus demonios. Las palabras les dictan una forma y un tono único. No existe nada fuera sus lecturas. Su amor y su apasionamiento por autores, épocas, corrientes, les da un poder divino para juzgar aquello que no se encuentre en acuerdo con sus ideas, pensamientos y pensamientos. Una escritura sagrada sirve para despreciar a los impíos, a los herejes, los paganos.
Los poetas, que no pertenecen a alguna universidad o entidad estatal, son olvidados, aunque su obra deslumbre al lector que no busca verdades, sino poesía. El lector inverosímil se deleita en leerlo todo y escribir sobre el otro, en imponer su voz sobre ese silencio que cae como una cuchilla que descabeza a quien quiera huir de la jauría. Entre menos fanático sea poeta, entre menos inquisidor, entre menos sacerdote sea, es más capaz de utilizar su inteligencia como un bien divino, y no un bien de sectas enloquecidas por la verdad absoluta.
Poeta, saludos. Excelente tu artículo. Lo reproduje bastante por aquí y por allá. Abrazos.
ResponderEliminar...cuando puedas me mandas solicitud de amistad en FB. Ahorita estoy bloqueado por unos días.
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