En los últimos meses, leyendo otros blogs, entiendo lo difícil que es hablar sobre libros publicados por poetas jóvenes y viejos. Leer un libro es apropiarse del contenido, no del autor. Quizás, este es el problema central en la literatura costarricense. Si el poeta crítico lee, desde dónde lee, desde su obra, desde su estética, desde su supuesta objetividad, revelando en la obra del coterráneo y coetáneo lugares comunes, frases hechas, plagios, que pervienten los designios de la verdad, la belleza y la bondad. Y el poeta, como asume la lectura del poeta crítico, como un niño regañado, como adolescente que siente que el mundo está su contra, como adulto que valora de dónde y de quién vienen los disparos. Pues, el poeta es la obra y viceversa.
Es difícil hacer una lectura, apropiarse del lenguaje del poema, y ser a todas luces, un dechado de razón moderna. Quizás, por esta causa es que no se comentan los libros de poesía. La lectura es una contralectura, cuando el autor expone sus sabias y sesudas razones de por qué un poemario es basura -una palabra vacía- si quiere llenar de un lenguaje seudo-filosófico o de una ideología estética. La contralectura se hace desde lo que no me gusta del poemario, la verdad de su contenido, hasta las relaciones con otros autores de la misma época, para caer de nuevo en las frases hechas y los lugares comunes. Aunque la contralectura es necesaria, y a veces, deseable. No se hace, porque no se quiere caer en desgracia entre el reducido círculo de poetas, que al fin de cuentas, son los únicos que leen poesía.
Por otro lado, la lectura oculta, se enmascara de objetividad, de erudición metafísica. No se lee viendo los defectos del texto. Se lee bajo el dominio de la empatía, de aquello que me gusta y refleja mi propia sensibilidad. La lectura se torna en elogio, alabanza, marcha triunfal sobre los cráneos de los poetas muertos. La sobrelectura atiborra páginas y más páginas. Periódicos, blogs, revistas, se desbordan ante el descubrimiento del agua caliente. El poemario es el mayor logro de la humanidad desde el descubrimiento del fuego, de la rueda, de la imprenta. El poeta ha bajado a los infiernos de la realidad esperpéntica y nos ha traído la verdad, la belleza y la bondad. Atónitos, nos rasgamos las vestiduras y damos honor a quien honor merece. La sobrelectura no toca el texto, porque el texto es intocable. El texto es el poeta y viceversa.
Ante esta disyuntiva, paradoja o encrucijada, nos resta leer en silencio, mascullar nuestras cavilaciones; no tomar partido por una contralectura o una sobrelectura. El silencio sordo, mudo y ciego acampa en el mundo literario costarricense. Ni siquiera los periódicos de renombre en Costa Rica se permiten la crítica justa, desbocada y salvaje. Solo el acuse de recibo, trasparente e insulso. ¿Cuánta alegría me daría no encontrar un genio en cada academia o cantina?
Es difícil hacer una lectura, apropiarse del lenguaje del poema, y ser a todas luces, un dechado de razón moderna. Quizás, por esta causa es que no se comentan los libros de poesía. La lectura es una contralectura, cuando el autor expone sus sabias y sesudas razones de por qué un poemario es basura -una palabra vacía- si quiere llenar de un lenguaje seudo-filosófico o de una ideología estética. La contralectura se hace desde lo que no me gusta del poemario, la verdad de su contenido, hasta las relaciones con otros autores de la misma época, para caer de nuevo en las frases hechas y los lugares comunes. Aunque la contralectura es necesaria, y a veces, deseable. No se hace, porque no se quiere caer en desgracia entre el reducido círculo de poetas, que al fin de cuentas, son los únicos que leen poesía.
Por otro lado, la lectura oculta, se enmascara de objetividad, de erudición metafísica. No se lee viendo los defectos del texto. Se lee bajo el dominio de la empatía, de aquello que me gusta y refleja mi propia sensibilidad. La lectura se torna en elogio, alabanza, marcha triunfal sobre los cráneos de los poetas muertos. La sobrelectura atiborra páginas y más páginas. Periódicos, blogs, revistas, se desbordan ante el descubrimiento del agua caliente. El poemario es el mayor logro de la humanidad desde el descubrimiento del fuego, de la rueda, de la imprenta. El poeta ha bajado a los infiernos de la realidad esperpéntica y nos ha traído la verdad, la belleza y la bondad. Atónitos, nos rasgamos las vestiduras y damos honor a quien honor merece. La sobrelectura no toca el texto, porque el texto es intocable. El texto es el poeta y viceversa.
Ante esta disyuntiva, paradoja o encrucijada, nos resta leer en silencio, mascullar nuestras cavilaciones; no tomar partido por una contralectura o una sobrelectura. El silencio sordo, mudo y ciego acampa en el mundo literario costarricense. Ni siquiera los periódicos de renombre en Costa Rica se permiten la crítica justa, desbocada y salvaje. Solo el acuse de recibo, trasparente e insulso. ¿Cuánta alegría me daría no encontrar un genio en cada academia o cantina?
Jeje... Brutal!!!!!
ResponderEliminarCreo que el comentario es de una agudeza enorme, contralectura y sobrelectura, me gusta la propuesta, pues plantea dos extremos interezantes.
Ahora bien, ¿es posible toda una gama de estadios intermedios entre la contralectura y sobrelectura? ¿Podrían seguirse algunas indicaciones mínimas?
Particularme, para mi el ejemplo clásico de una sobrelectura son: las solapas de los libros... por otro lado un ejemplo clásico de contralectura son: las cafeteadas y borracheras entre colegas... jejeje... en fin, un abrazo.
También hay sublecturas e infralecturas. Este es un medio donde la crítica, de cualquier bando o color, no suele ser más iluminada que los escritores mismos.
ResponderEliminarEs un país de seres oscuros y mediocres.
Gracias, amigos, después de pensarlo mucho y leer algunos blogs, creo que es necesario ir inventariando la joven y vieja poesía, a pesar de los gustos y las rencillas. No había pensado la idea de una sublectura o infralectura. Un muy interesante idea, cuando el comentario es inferior a la obra comentada.
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