¿La poesía es solo un acto de comunicación
como cualquier otro? Parece ser la pregunta fundamental en el siglo XXI, porque
a pesar de haber más lectores alrededor del mundo no se escribe mejor poesía, o
dicho de otro modo, los poetas han renunciado al lenguaje poético, o lo que es
peor, al uso simbólico de la lengua. La poesía hace tiempo que ha dejado
de ser ese refugio lírico, al menos lingüístico, lugar de escape a tierras
prometidas, a lugares inhóspitos donde ocultarse de la banalidad del mundo
cotidiano. Es más, los poetas desisten
del símbolo y de la analogía. Son un problema. Nadie los entiende. Son
excesivamente complicados para un lector postmoderno, que vive en un universo
desacralizado. Los poetas temen que los lectores ampliamente alfabetizados,
pero con poca sensibilidad poética no comprendan poemas crípticos o laberínticos.
Claro, muchos dirán que los poemas oscuros y abigarrados no son necesariamente
buenos, pero tampoco los poemas sencillos. En esta paradoja se debate el poeta
moderno: escribir con las palabras más simples para llegar al mayor número de
lectores o escribir con el afán de crear una obra abierta a la interpretación
del lector, de cualquier lector. En nuestro siglo, parece que la primera opción
se ha impuesto ampliamente en las editoriales estatales y privadas, comunicar a
toda costa es el grito de una masa ignorante que pide emociones rápidas y
efímeras. No hay tiempo para pensar, no hay tiempo que perder en las
elucubraciones absurdas de un poeta. Se necesita digerir el poema como se
digiere una hamburguesa, y pasar al próximo bocadillo, para sentirse satisfecho
de haber leído mil libros.
En la época actual, parece que un
poema puede ser escrito tanto por una persona que no posee una sólida formación
literaria como por una persona que ha pasado años estudiando y comprendiendo
los mecanismos y potencialidades del lenguaje. Parece que cualquiera puede
imitar las técnicas de escritura y escribir poemas formalmente aceptables.
Hasta la inteligencia artificial puede producir poemas dignos de un Cervantes o
un Nobel. La democratización de la poesía no ha traído consigo una mejora en la
calidad. Todos son poetas. Todo es poesía. Todo es poético, o lo contrario,
nada es poesía. La seudo-relativización de los géneros literarios es una de las
principales falacias del siglo XX y XXI, los géneros no se destruyen ni se
transforman. El poema-poema existe, así como el cuento-cuento, la
novela-novela, la comedia-comedia, el drama-drama, mantienen su estructura y sus
rasgos fundamentales. Ni siquiera el uso indiscriminado de múltiples niveles
del lenguaje que le aportan al texto una apertura significativa y que se alejan
del tradicional sistema de lectura al que está acostumbrado el receptor; ni el
hibridismo del lenguaje dentro del poema que puede manifestarse bien a través
del empleo simultáneo de idiomas diferentes, bien a través de la mezcla de
variedades diafásicas o registros lingüísticos, o bien bajo el artificio de
discursos dispares que encuentran su todo o su nada significativo intercalándose
en el mismo texto logran destruir los rasgos fundamentales de los géneros
literarios. La democratización y la relativización de la poesía son alas de un
mismo monstruo: comunicar.
La comunicación es elevada a
categoría estética. No importa el contenido comunicado, lo importante es que
lector comprenda con la mayor rapidez y eficacia el sentido del poema, así se
sentirá satisfecho de su cultura. Cualquier análisis lingüístico adscrito al
lenguaje oral o al lenguaje estándar puede y debe ser aplicado, sin problema
alguno, al lenguaje literario, pues ambos son lenguajes y ambos comparten su finalidad comunicativa. «El lenguaje
no sólo debe ser considerado como lenguaje formado por palabras, sino como una
forma de comunicación y la poesía como un
arte de comunicación, al unirnos implícitamente». Al fin de cuentas, la
poesía es solo un producto y los consumidores exigen que ese producto sea
adecuado a su nivel de compresión lectora.
La
industria editorial costarricense divulga obras-basura. Entre más tontos,
simplones o chistosos sean los poemas, más adecuados son para los lectores
deformados por los mass media. Solo basta ver la programación de las
televisoras nacionales. La falta de una formación adecuada en niños y
adolescentes sobre qué es poesía (o escritura creativa) ayuda a que todo sea
tomado como poesía. Se elimina toda la tensión y complejidad del lenguaje
poético, pues solo se necesita apelar a la referencialidad inmediata y a la
emoción instantánea. Junto al crecimiento de la industria editorial
costarricense, surgen talleres y premios que privilegian la banalización de la
poesía y del pensamiento estético vacuo, simplón y efectista. Eso se puede
observar con mayor claridad en los últimos quince Aquileos J. Echeverría. Los
mejores poetas son silenciados, excluidos ridiculizados o sencillamente ignorados
por las escuelas de filología y literatura. Los lectores idiotizados por la
educación y los mass media leen con satisfacción poemas mediocres,
poemas-terapia, poemas-kitsch.
El fenómeno
es nacional y occidental. Si se leen revistas electrónicas, en estas se
favorece lo referencial sobre lo poético, lo emocional sobre el pensamiento. Lo
importante es que el tema comunicado sea entendible, comprensible para el
lector, de lo contrario, se es un troglodita, un atrasado, un retrógrado.
Ocurre lo mismo con los talleres literarios. En el siglo XX, un taller enseñaba a leer mejor, a conocer la
sintaxis y la gramática, la historia de los escritores pasados y presentes, la
retórica y como preparar un libro para presentarlo a un concurso o a una
editorial. En la cultura de los mass media y de la red como distracción, la
mayoría de estas agrupaciones o asociaciones buscan diversión, incluso
establecer relaciones no literarias sino íntimas. Algunos poetas ampliamente
galardonados han afirmado que el taller es un grupo de amigos, más que de
escritores, donde solo cabe la palmadita en la espalda y el elogio mutuo.
Ante este
panorama, los poetas de la comunicación
se desgarran las vestiduras cuando un poeta decide escribir en endecasílabos, o
utilizar símbolos y analogías; o simplemente hacen una mueca de desprecio ante
sus discípulos y cofrades como signo de desaprobación, porque en el siglo XXI,
la poesía debe ser comunicación, debe ser referencialidad absoluta, debe estar
hecha de emociones superfluas: porque los poetas bajaron del Olimpo como
payasos y bufones, bajaron a los pueblos y ciudades, a recitar palabras simples
y cotidianas, porque aquí y ahora todo es poesía, nada es poesía, y lo que era
poesía es tan retrógrado como esos ancianos hincados en una iglesia cristiana.
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