La canonización es la versión más
extremada de lo que Nietzsche llamaba
interpretación o ejercicio de la voluntad de poder sobre los textos.
Harold Bloom
El siglo XX nos hereda un problema a resolver: las generaciones en Costa
Rica. Este es el primer obstáculo que debe afrontar el historiador de la
literatura, pero aún más peligrosa es la cercanía del crítico con su propia
generación, dado que debe decidir si en la década de los noventa nace una
generación, que oponga sus postulados estéticos a la generación precedente.
Entre los jóvenes poetas el ritmo de publicación no va acorde con la producción
personal, ni existe el conocimiento o la necesidad suficiente de catalogarlos,
debido a su juventud y porque no se encuentran todavía en su período de
extensión y dominio. De allí, que estas páginas busquen abrir brecha en un ambiente sin verdaderas discusiones estéticas.
Las
generaciones: una teoría de la razón y/o del absurdo
La categoría histórica de generación no está exenta de problemas, sin
pretender abarcar todas sus manifestaciones, se hace necesario por lo menos,
estudiar a algunos exponentes del concepto con el fin de establecer si existe o
no generaciones en Costa Rica. En primer lugar, Ortega introdujo una distinción
que es muy útil entre contemporaneidad y coetaneidad (solo son coetáneos los
contemporáneos que tienen la misma edad y están vitalmente en relación)(1). Por
su parte, escribe Julius Petersen que la generación no puede significar el
conjunto de todos los de la misma edad, pues cada grupo de la misma edad
comprende tanto seguidores de la dirección anterior como vanguardistas de la
generación posterior(2). Petersen define ocho factores determinantes de la
generación: herencia, fecha de nacimiento, los elementos educativos, comunidad
personal, experiencia de la generación, el guía, el lenguaje de la generación,
el anquilosamiento de la vieja generación(3).
Sin embargo, Wildelm Pinder prefiere otorgarle una importancia
superlativa a la fecha de nacimiento. Dice: Las generaciones están determinadas
por el nacimiento y las experiencias, influjos y relaciones son factores
secundarios. En cambio, Guy Michaud establece una sutil distinción entre
generaciones diurnas y nocturnas, mientras Joan Hankins señala la alternancia
entre períodos masculinos y femeninos. De este modo, la ley de alternancia
puede probar que existen períodos de introversión y extroversión, de crisis y
equilibrios entre acciones y reacciones(4).
Guillermo de Torre considera que las generaciones existen, y son
particularmente comprobables en la historia literaria, más para que exista una
generación con la fisonomía claramente definida, es menester mucho más que exista
una simple coincidencia cronológica, porque una generación es un conglomerado
de espíritus suficiente homogéneo, sin mengua de sus respectivas
individualidades, que en un momento dado, en el de su alborear, se siente
expresamente unánimes, para afirmar unos puntos de vista y negar otros, con
verdadero ardimiento juvenil(5). De Torre propone una división del temporal que
considera ajustada a la realidad de los hechos intelectuales:
1- una generación
de 20 a 35 años de afirmación intransigente
2- una generación
de 35 a 50 años de expasión y dominio
3- una generación
de 50 a 65 de anacronismo
4- una generación
de 65 años en adelante de sobrevivientes
De manera que el lector se encuentra frente a la
coexistencia de cuatro generaciones, de una duración de 15 años, y cada una es
y fue una voluntad de renovación, de imposición de un estilo, aunque esto no es
del todo cierto cuando existen generaciones activas y pasivas (6). Sin embargo,
una teoría de las generaciones en el siglo XXI es una teoría del absurdo,
porque incluso siguiendo los conceptos de contemporaneidad y coetaneidad, se
puede reunir 15 poetas, cuyas edades oscilan entre 20 y 35 años. Segundo,
cuando se pregunta uno que puntos de vista afirman y niegan con ardimiento
juvenil, cae en la cuenta de que depende del grupo al que pertenecen. Entonces,
tendríamos una generación escindida en cuanta peña, tertulia o taller
exista.Pero, es posible que esta generación tenga una esencia, centro, razón o
ethos. Esto se verá más adelante.
La
poesía en Costa Rica y las generaciones
En nuestro país hasta mediados del siglo XX se empieza a
hacer historia de la literatura. De allí, que la primera vez que se descubre un
texto que ordena y cataloga las generaciones, el lector descubre equivalencias peligrosas,
por ejemplo, en La poesía de
Costa Rica, Manuel Segura se plantea cinco grupos generacionales:
generación de la Lira, folcklore, romanticismo-sentimentalismo y gentes
nuevas(7). Esta clasificación incluye vicios varios como la analogar la publicación
de una antología, con un “tipo” de literatura, movimientos literarios y la
juventud de los escritores. Por otro lado, Abelardo Bonilla impone un catalogo
no menos impune de arrebato poético, como lo es que de 1550-1850 se desarrolla
la poesía popular; de 1890-1905 aparece otra vez la Lira costarricense; de 1905
a 1907 poesía realista y folcklore; de 1907 a 1929 modernismo; de 1929 a 1945
poesía infantil; y de 1945 a 1955 poesía contemporánea(8). La mezcla de
categoría nos deja perplejos, además de la falta de rigurosidad en la división
de períodos no deja de sorprendernos porque no se comprende la realidad poética
costarricense.
En Poesía
contemporánea de Costa Rica, Carlos Rafael Duverrán es el primero en
proponer dos categorías para ordenar el incomensurable universo poético
costarrincense: el año de nacimiento y un período de producción y ruptura. De
manera, que divide el espacio-tiempo en seis generaciones:
1-
generación premodernista 1904-1907
2-
generación modernista 1907-1917
3-
generación postmodernista 1945-1954
4-
generación perdida 1945-1954
5-
generación de vanguardia 1953-1963 6- círculo de poetas costarricenses
1962-1972(9).
Carlos Rafael Duverrán hace caso omiso de los movimientos
continentales, allí radica el nuevo equívoco de homologar las categorías, aún
así los primeros 40 años de poesía costarricense empiezan a tener cierta
coherencia clasificatoria. Por lo menos, con el modernismo como eje central se
pueden ubicar a los poetas en cualquiera de las tres generaciones.
En su Antología
crítica de la poesía costarricense, Carlos Francisco Monge trata de
subsanar el caos categorial de sus antecendentes, pero a la vez crea nuevos
problemas cuando se acerca al final del siglo XX. Monge emplea algunos
criterios para la ordenación cronológica, como el año de nacimiento, el período
de producción, los rasgos estético-ideológicos y las influencias. Con estas
divide y subdivide el espacio-tiempo costarricense en ocho generaciones:
1-
modernismo de 1900-1915 primera etapa
2-
modernismo de 1915-1930 segunda etapa
3-
postmodernismo 1920-1940
4-
prevanguardia 1940-1950
5-
primera vanguardia 1950-1960 6- segunda vanguardia 1950-1970
7-
primera posvanguardia 1960-1992
8-
segunda posvanguardia 1970-1992(10)
Carlos Francisco Monge agrupa estas ocho generaciones en
dos períodos: uno modernista y el otro vanguardista, aunque surge un problema
más profundo, el de cómo llamar a las generaciones que se entrecruzan entre
1990 y el 2001, tercera postvanguardia y cuarta postvanguardia son términos
demasiado vagos, así como son los conceptos como postmodernismo y
prevanguardia. De este modo, el acercamiento a la poesía joven debe enfrentarse
a los siguientes escollos: la fecha de nacimiento, el período de producción o
ruptura, los rasgos estéticos o tendencias, la coetaneidad y
contemporaneidad.
En todo caso, al tratar de asir el cosmos poético costarricense,
el lector observa que más que movimientos hay tendencias estéticas, más que
grupo hay personalidades literarias. Por esta razón, a la hora de confrontar la
poesía joven se propone que el espacio-tiempo poético se divide en seis
generaciones, y que de estas nos interesa la última es decir los nacidos entre
1965 y 1980, segundo que su período de iniciación se gesta entre 1985 y el
2000. De esta generación aún no se ha hecho un análisis, porque es difícil
determinar entre los jóvenes que hoy cultivan la poesía en Costa Rica cuáles
obedecen a una verdadera vocación y cuáles lo hacen por curiosidad o impulso
juvenil. Pero, más allá de estos problemas, como señala Oscar Tacca, la
cercanía del historiador con el material que debe clasificar, segundo el
desconocimiento o la apatía que surge al estudiar la literatura en pleno
proceso de producción. Gracias a esto, en lugar de estudiar el pasado de la
poesía costarricense, preferimos proyectarnos hacia el futuro de una generación
que germina entre medio siglo de abulia y desencanto (13).
Confrontación
con la poesía joven de Costa Rica
Si se leen las últimas publicaciones de poesía que hacen las
diferentes casas editoriales públicas y privadas, nos damos cuenta de que
existen cuatro generaciones conviviendo en un espacio reducido por los
concursos, el mercado, las universidades y los centros culturales. Sabemos que
la segunda postvanguardia se encuentra formada por José María Zonta, Jorge
Arturo, Guillermo Fernández, Carlos Cortés, Jorge Arroyo, Macarena Barahona,
Ana Istarú, Habib Succar, Milton Zarate, Mario Matarrita y otros. Esta generación
se encuentra en su período de expasión y dominio, como lo demuestran las
editoriales. Sin embargo, para el investigador que se enfrenta a la tercera
postvanguardia o primera transvanguardia surge una dificultad más, las
ediciones en Costa Rica no citan al menos una mínima biografía de los autores,
de allí que en cada publicación el lector no sabe si se encuentra frente a un
muchacho de veinte años, o frente a un cincuentón que acaba de publicar su
primer libro. Esta dificultad no nos permitió incluir a todos los poetas
jóvenes, porque se trató de ser riguroso en este punto, todos los
contemporáneos deber ser coetáneos.
Pero, ¿es esta una generación?, ¿es acaso una generación
pasiva o activa, masculina o femenina, solar o moonligth?, ¿es posible
confrontarla con la generación anterior y trasanterior, o solo es un grupo de
jóvenes sin vocación y mucho impulso juvenil? Todas estas preguntas es lo que
quisiera responder al lector, porque solo mediante la escritura se puede
ejercer la voluntad de poder sobre los textos.
El
rumbo de una generación sin nombre
La transvanguardia, vamos a llamarla así por el momento,
está formada por los poetas y las poetas nacidos entre 1965-1980, por lo que
inician su producción de textos entre 1985 y el 2000, y se deben consolidar
entre 1995 y 2010, no todos, porque los nacidos entre 1975 y 1980 apenas
empiezan a dar su primeros pasos en la literatura. De este modo, falta una
década para que se inicie la expansión y dominio de esta generación.
En este panorama de la joven poesía joven de Costa Rica no
aparecen todos los poetas que han publicado en la última década, por algunas
razones que podemos desglosar: la poca distribución de sus textos y la falta de
biografías que confirmen que pertenecen a este grupo. No obstante, en artículos
siguientes trataremos de subsanar las ausencias, que sin lugar a dudas
señalarán los autores en su debido tiempo. Por ahora, nos hallamos frente a 15
nuevos poetas, cuyas edades oscilan entre los 35 y 22 años. Entre los mayores
están Jorge Zúñiga y Ricardo Segura, a los que le siguen Orlando Gei Brealy,
Mauricio Molina, Carlos Manuel Villalobos, David Maradiaga, Luis Chaves,
Cristián Marcelo, María Montero, Jenny Alvarez, Mainor González Calvo, Gerardo
Cerdas, Alejandra Castro, Cristián Alfredo Solera y Laura Fuentes. Estos
poetas ya tienen uno o más libros publicados en diferentes editoriales.
Esta generación nace marcada por un doble post
-postmodernidad y postvanguardia- que deriva en la mimesis de textos, síntesis,
citas reales o imaginarias, así como también el collage, el montaje y la mímica
que deconstruyen y recomponen los discursos(11). No obstante, todos estos
recursos pueden ser reducidos a una dicotomía entre tradición y antitradición.
Otro signo, señal o huella que se puede ver es la descomposición de la poesía
como un metarrelato, como un discurso que sufre cada vez más de la
heterogeneidad y la disgregación. De modo, descubrimos que los poetas jóvenes
están en realidad elaborando microrelatos, pues ya no es la comunidad sino las
tribus, que desean emerger de las alcantarillas, porque la poesía ya no sirve
para nada(12).
En la transvanguardia, como en un bazar, encontramos de
todo, desde poesía voseante, hermética, trascendentalista, popular, barroca,
surrealista, antipoética, hipertextual y lo último de la moda, minimalista o
Zen. Sin embargo, se pueden establecer ciertos temas, tópicos o isotopías,
mejor dicho ciertas preocupaciones que se entrelazan y dilatan en algo más de
una década. Cada una de estas tendencias es heredera del siglo XX, como lo
atestiguan las historias de la literatura hispanoamericana. En todo caso, se
pueden dilucidar seis tendencias entre estos coetáneos-contemporáneos, que
responden a la pertenencia en un grupo, ya sea un taller, una editorial, una
peña o tertulia.
Pero, antes de entrar en detalles de clasificación surge una
pregunta de rigor: ¿ha muerto el trascendentalismo?, y la respuesta aunque
inocua debe ser: No. La razón hay que buscarla en la década de los
sententa, cuando nace como una sofisticación de la poesía social, a partir de
allí se torna en una retórica, que los poetas de la transvanguardia adoptan sin
ninguna discusión, porque es una manera de escribir, más que de pensar la
poesía. Entre los poetas que se adhieren a esta tendencia están Cristian
Alfredo Solera, Jenny Alvarez, Laura Fuentes y Orlando Gei Brealy. Al decir que
el trascendentalismo es más una retórica, que unos postulados estéticos bien
delimitados, nos fundamentamos en el uso de la metáfora que hacen estos poetas: Descubro mi perfecta
vocación de alga / y apasionado / invento mi lugar en tu maceta. Orlando Gei Brealy (1966) donde los relojes se aferran / a la
espuma rebelde de las tardes Jenny
Alvárez (1970) Y los retratos
descolgados / en el ojo desvestido de la noche / compartirán nuestras culpas.
Cristian Alfredo Solera (1975) Ahora
escucha / la caída de sus huesos / en el dulce ardor de la marea Laura Fuentes (1978) El
trascendentalismo tiene como marca de fábrica introducir en la metáfora por
complemento de término un adjetivo pospuesto a antepuesto al núcleo nominal
(adj. + sust+ prep de+ sust).
A esta estructura meramente retórica responde la poesía
urbana y culturalista, como lo es en el caso de Mauricio Molina, Luis Chaves y
Alejandra Castro, quienes dentro del universo poético costarricense practican
el prosema o la prosía: En un
90% las horas se pasan / intentando acelerar el retorno / a un paraíso de Nigth
Club. Mauricio Molina Delgado
(1967) la mitad son amigos. /
como prueba de máxima solidaridad. / la otra mitad equivoco el bar. Luis Chaves (1969) ¿Desaparecido,
Virginia, / Desaparecido? / Y como es eso / si vos los viste / si todo Santiago
los vio pasar. Alejandra
Castro (1974)
La poesía urbana y el culturalismo responde a la desligitimación
de la poesía como relato mito-sacralizado bajo una única consigna: La poesía no sirve para nada. En tanto la tendencia a una poesía
urbana se limita a describir la vida del poeta en espacios marginales como el
cuarto, el bar, el nigth club y los callejones. El arte culturalista
tiene su origen en los sesenta en España y se funda sobre la glosa de textos,
mass media y subliteratura.
Por otra parte, existe una tendencia que se une a este
abanico de perspectivas que podríamos denominar regionalista e indigenista,
cuyos representantes son Carlos Manuel Villalobos y Jorge Zúñiga, un breve
resabio de las vanguardias continentales: Atravesé
los montes con la única esperanza de encontrar en las alturas a Sebak o Sibú
pero solo pude distinguir sus rostros petrificados. Jorge Zúñiga (1965)En
un cañaveral el padre destapa su calabaza de agua y brinda por el peón que
acaba de nacer. Carlos Manuel
Villalobos (1968)
A partir de estas tres tendencias que son generales, se hallan
otras tres que describiremos como específicas, dado que son representadas por
un solo poeta, o porque son posturas marginales. De manera, que nos enfrentamos
a la antipoesía de Mainor González Calvo, el intimismo de María Montero, el
hermetismo o barroco de Ricardo Segura, Cristián Marcelo, Gerardo Cerdas y
David Maradiaga. La antipoesía posee como rasgo predominante la desacralización
del poeta como un pequeño dios, y de la poesía como un discurso serio, algo que
comparte con la poesía urbana, pero esta última no tiene la dosis de ironía
necesaria de la primera: Dicen
/ que los poetas / somos monos / La
poesía / es como el agua del polo norte / solo que en su intestino anidan unas
cuantas lombrices. Minor
González Calvo (1974) Frente a esta literatura que desprecia el valor de
iniciado, guía o chamán de pueblos que adquiere el poeta, está su antípoda en
el intimismo del María Montero, quien dentro de los microrelatos que
desarrollan los poetas de la cuarta postvanguardia, recobra los sentimientos
más hermosos de sus vivencias y sueños, basando en una poesía de los cotidiano,
de la memoria y el recuerdo: Cuando
salgo a la calle / miro las cosas que perdí / que guardan en su recuerdo / mi
recuerdo. María Montero
(1970) Por último, están los poetas herméticos, que oscilan entre el barroco,
el surrealismo, el culturalismo y la poesía urbana, como son los casos de
Ricardo Segura, David Maradiaga, Cristián Marcelo Sánchez y Gerardo Cerdas: Me llegan ecos, lejanos de
voluntad, / ausentes de poderío atravesante / más ateridos de susurro, de
incitación impune. Ricardo
Segura (1965) Se desdibujaron
los peces profundos / que rasgaban todos los vientres del naufragio / haciendo
imposible ver fuera del concierto / que encendimos David Maradiaga (1968)La bestia es
un cuerno donde los árboles / crecen como gárgolas / y la ciudad se agrieta en
un vómito sin forma. Cristián
Marcelo (1970) La noche se
deshace en alcohol y barbitúricos, / y de una garganta un mago saca clavos de
cristal, / postales antiguas donde ella baila / para despedir la nostalgia.
Gerardo Cerdas Vega (1974)
Inferencias
imaginarias
Si tuvieramos que definir la transvanguardia como una
generación estricta, tendríamos que burlarnos de nosotros mismos, o hablar de
varias generaciones contemporáneas y coetáneas a la vez. Los poetas de la
transvanguardia en su mayoría pertenecen o pertenecieron a los talleres
literarios de la década de los noventa: Café Cultural Francisco Zúñiga Díaz,
Eunice Odio, Alfil octubre cuatro, Café del Sur, Taller Rafael Estrada, Círculo
de poetas costarricenses. Cada uno de estos grupos tenía sus propias dinámicas
creativas, ya sea con un guía, ya sea que el organismo en sí sea su propio
guía. Sin embargo, se pueden enumerar algunos rasgos que agrupan a todos los
poetas jóvenes como son: el personalismo -el poeta narra su propia condición de
poeta y de su poesía- esto sirve para descalificar al otro, mediante la
creación de vocablos despectivos: prosemas, chistemas y retóricos. También,
algo que los une más en la inmersión en la ciudad urbana y marginal, la noche
como el tiempo privilegiado de la creación, además sobresalen ciertos tópicos
como el amor en todas sus formas, el sueño, la muerte y la infancia, cada uno
de ellos condiciona las relaciones del poeta con la realidad. Por otra parte,
estos poetas se posicionan en el ambiente literario mediante una doble
paradoja: La poesía no sirve para nada, pero sin embargo escribimos. Y también,
nunca falta el señor erudito/
-este no tiene unidad temática. aquel formal. A lo que responde el jurado
que destaca por su unidad temática y de tono que sostiene a lo largo de la
obra. Entonces se critica al régimen literario, pero se espera o se
desea el reconocimiento de la academia y del estado. En fin, fuera de los
talleres la transvanguardia ha evolucionado hacia las editoriales públicas e
independientes como Editorial Costa Rica, Editorial de la Universidad Nacional,
Editorial de la Universidad de Costa Rica, Líneas Grises, Perro azul y
Alambique. En estas los poetas jóvenes se han empezado a consolidar y expandir,
formando una generación que se abre camino a paso redoblado.
Referencias
bibliográficas
(1)
Ortega y Gasset, J. El tema de nuestro tiempo. Madrid: Austral, 1965.
(2)
Petersen, Julius. “Las generaciones literarias” en Filosofía de la ciencia
literaria.México: Fondo de cultura económica, 1946.
(3)
Idem
(4)
Torre, Guillermo (de). “Generaciones y movimientos literarios” en Cuadernos hispanoamericanos.
Madrid: Instituto de Cultura hispánica, 1958.
(5)
Idem
(6)
Idem
(7)
Segura, Manuel. La poesía de Costa Rica.San José: Editorial Costa Rica,
1963.
(8)
Bonilla, Abelardo. Historia de la literatura costarricense. San José: Editorial
Costa Rica, 1967.
(9)
Duverrán, Carlos Rafael. Poesía contemporánea de Costa Rica. San José:
Editorial Costa Rica, 1973. (10) Monge, Carlos Francisco. Antología crítica de
la poesía de Costa Rica. San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica,
1992.
(11)
Díaz, Esther. “¿Qué es la posmodernidad?” en ¿Posmodernidad?. Buenos Aires:
Editorial Biblos, 1988.
(12)
Lyotard, Jean-Francois. La condición postmoderna. Madrid: Cátedra, 1998.
(13)
Tacca, Oscar. La historia literaria. Madrid: Gredos, 1968.
Referencias
pasivas
Alvárez,
Jenny. Una noche para callar
los nombres. San José: s. ed., 1995.
Castro,
Alejandra. Loquita. San José: Ed. Universidad de Costa
Rica, 1996.
Cerdas,
Gerardo. La imagen
calcinada. San José: Alambique, 1997.
Chaves,
Luis. Los animales que
imaginamos. San José: Guayacán, 1997.
Fuentes,
Laura. Penumbra de la paloma.
San José: MCJD, 1999.
Gei Brealy, Orlando. La furia del musgo. San José: Ed. Costa
Rica, 1995.
González
Calvo, Mainor. La
sombra inconclusa. Heredia: Lit. Morales, 1998.
Maradiaga,
David. Música de animal
lluvioso y otros poemas. San
José: MCJD, 1999.
Marcelo,
Cristián. Entre dos
oscuridades. San José: Ed. Zúñiga y Cabal, 1996.
Molina,
Mauricio. Abobinable libro de
la nieve. San José: Ed. Perro
azul.
Montero,
María. El juego conquistado.
San José: Ed. Costa Rica, 1989.
Segura,
Ricardo. Ecos. San José: Editorial Costa Rica,
1993.
Solera,
Cristian Alfredo.Itinerario nocturno de tu voz. San José: Círculo de
poetas costarricenses, 2000. Villalobos, Carlos Manuel. Ceremonias desde la lluvia.
San José: Ed. Universidad de Costa Rica, 1995.
Nota:
Este artículo apareció publicado en el 2001, se le han hecho unas pequeñas
correcciones y supresiones con el fin de subirlo a la red, como un pequeño
aporte a la historia de la poesía de Costa Rica.
Siempre es muy subjetivo hacer este tipo de estudios. Por ejemplo, no veo siquiera se cite al poeta Frank Ruffino, ni al extinto Julio Acuña..., sin embargo, hay poetas que ni conocía. Por eso, es algo subjetivo, mas es acucioso tu buen intento de situar corrientes y generaciones en la poesía costarricense, sobre todo de mediados de siglo del pasado hasta nuestros días. De hecho que puede ser el mejor estudio que leo hasta ahora. Claro, de las omisiones, pues es fácil salir siendo inclusivos porque unos que no aparecen aquí han logrado más en la poesía y son más "obreros" en este género.
ResponderEliminarBesos,
Jéssica Varela Ruiz,
Periodista.
...creo tampoco vi al finado Felipe Granados ni a Alfredo Trejos...
ResponderEliminar...Leda García, Vilma Vargas...
ResponderEliminarPodría seguir una nombrando. Pecado es no citar, por lo menos, a quienes se merecen. Si me dices de un poeta de pueblo que no está en tu estudio, pues no tiene por qué estar, ya que son miles los poetad costarricenses sin trayectoria o sin una obra consistente, reiterada...
"poetas" quise apuntar.
ResponderEliminarHola, Jessica, mira el artículo se público en el 2000, en ese momento ni Felipe, Ni mi querido Trejos, ni Ruffino, ni Roque, ni Melvyn, habían publicado libro, ni siquiera el archifamoso Alexander Obando, trabajé con los libros que había, pero para mí lo importante es enfocar la historia de la poesía y de la literatura en general de una manera diferente
ResponderEliminarPoeta amigo:
ResponderEliminarYa en su día leí este buen artículo tuyo. Seguro Jéssica no vio fecha de publicación (le explicaré personalmente cuando vuelva el martes próximo a "Náralit"). En cuanto a mí, eso me tiene sin cuidado camarada Sánchez.
Abrazos fraternos en Amistad y Poesía verdaderas,
Frank Ruffino
Puede ser subjetivo como lo declaran, pero es válido, ¿quién dijo que debemos ser tan objetivos en cuestiones literarias? Saludos.
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