domingo, 8 de julio de 2012

Ni antipoesía ni generación 2000, la Transvanguardia o generación poética de los noventa


La canonización es la versión más extremada de lo que Nietzsche llamaba interpretación o ejercicio de la voluntad de poder sobre los textos. 
 Harold Bloom
      El siglo XX nos hereda un problema a resolver: las generaciones en Costa Rica. Este es el primer obstáculo que debe afrontar el historiador de la literatura, pero aún más peligrosa es la cercanía del crítico con su propia generación, dado que debe decidir si en la década de los noventa nace una generación, que oponga sus postulados estéticos a la generación precedente. Entre los jóvenes poetas el ritmo de publicación no va acorde con la producción personal, ni existe el conocimiento o la necesidad suficiente de catalogarlos, debido a su juventud y porque no se encuentran todavía en su período de extensión y dominio. De allí, que estas páginas busquen abrir brecha en un ambiente sin verdaderas discusiones estéticas.  
Las generaciones: una teoría de la razón y/o del absurdo 
      La categoría histórica de generación no está exenta de problemas, sin pretender abarcar todas sus manifestaciones, se hace necesario por lo menos, estudiar a algunos exponentes del concepto con el fin de establecer si existe o no generaciones en Costa Rica. En primer lugar, Ortega introdujo una distinción que es muy útil entre contemporaneidad y coetaneidad (solo son coetáneos los contemporáneos que tienen la misma edad y están vitalmente en relación)(1). Por su parte, escribe Julius Petersen que la generación no puede significar el conjunto de todos los de la misma edad, pues cada grupo de la misma edad comprende tanto seguidores de la dirección anterior como vanguardistas de la generación posterior(2). Petersen define ocho factores determinantes de la generación: herencia, fecha de nacimiento, los elementos educativos, comunidad personal, experiencia de la generación, el guía, el lenguaje de la generación, el anquilosamiento de la vieja generación(3). 
       Sin embargo, Wildelm Pinder prefiere otorgarle una importancia superlativa a la fecha de nacimiento. Dice: Las generaciones están determinadas por el nacimiento y las experiencias, influjos y relaciones son factores secundarios. En cambio, Guy Michaud establece una sutil distinción entre generaciones diurnas y nocturnas, mientras Joan Hankins señala la alternancia entre períodos masculinos y femeninos. De este modo, la ley de alternancia puede probar que existen períodos de introversión y extroversión, de crisis y equilibrios entre acciones y reacciones(4). 
       Guillermo de Torre considera que las generaciones existen, y son particularmente comprobables en la historia literaria, más para que exista una generación con la fisonomía claramente definida, es menester mucho más que exista una simple coincidencia cronológica, porque una generación es un conglomerado de espíritus suficiente homogéneo, sin mengua de sus respectivas individualidades, que en un momento dado, en el de su alborear, se siente expresamente unánimes, para afirmar unos puntos de vista y negar otros, con verdadero ardimiento juvenil(5). De Torre propone una división del temporal que considera ajustada a la realidad de los hechos intelectuales: 
1- una generación de 20 a 35 años de afirmación intransigente 
2- una generación de 35 a 50 años de expasión y dominio 
3- una generación de 50 a 65 de anacronismo 
4- una generación de 65 años en adelante de sobrevivientes 
       De manera que el lector se encuentra frente a la coexistencia de cuatro generaciones, de una duración de 15 años, y cada una es y fue una voluntad de renovación, de imposición de un estilo, aunque esto no es del todo cierto cuando existen generaciones activas y pasivas (6). Sin embargo, una teoría de las generaciones en el siglo XXI es una teoría del absurdo, porque incluso siguiendo los conceptos de contemporaneidad y coetaneidad, se puede reunir 15 poetas, cuyas edades oscilan entre 20 y 35 años. Segundo, cuando se pregunta uno que puntos de vista afirman y niegan con ardimiento juvenil, cae en la cuenta de que depende del grupo al que pertenecen. Entonces, tendríamos una generación escindida en cuanta peña, tertulia o taller exista.Pero, es posible que esta generación tenga una esencia, centro, razón o ethos. Esto se verá más adelante. 
La poesía en Costa Rica y las generaciones 
        En nuestro país hasta mediados del siglo XX se empieza a hacer historia de la literatura. De allí, que la primera vez que se descubre un texto que ordena y cataloga las generaciones, el lector descubre equivalencias peligrosas, por ejemplo, en La poesía de Costa Rica, Manuel Segura se plantea cinco grupos generacionales: generación de la Lira, folcklore, romanticismo-sentimentalismo y gentes nuevas(7). Esta clasificación incluye vicios varios como la analogar la publicación de una antología, con un “tipo” de literatura, movimientos literarios y la juventud de los escritores. Por otro lado, Abelardo Bonilla impone un catalogo no menos impune de arrebato poético, como lo es que de 1550-1850 se desarrolla la poesía popular; de 1890-1905 aparece otra vez la Lira costarricense; de 1905 a 1907 poesía realista y folcklore; de 1907 a 1929 modernismo; de 1929 a 1945 poesía infantil; y de 1945 a 1955 poesía contemporánea(8). La mezcla de categoría nos deja perplejos, además de la falta de rigurosidad en la división de períodos no deja de sorprendernos porque no se comprende la realidad poética costarricense. 
        En Poesía contemporánea de Costa Rica, Carlos Rafael Duverrán es el primero en proponer dos categorías para ordenar el incomensurable universo poético costarrincense: el año de nacimiento y un período de producción y ruptura. De manera, que divide el espacio-tiempo en seis generaciones: 
1- generación premodernista 1904-1907 
2- generación modernista 1907-1917 
3- generación postmodernista 1945-1954 
4- generación perdida 1945-1954 
5- generación de vanguardia 1953-1963 6- círculo de poetas costarricenses 1962-1972(9). 
        Carlos Rafael Duverrán hace caso omiso de los movimientos continentales, allí radica el nuevo equívoco de homologar las categorías, aún así los primeros 40 años de poesía costarricense empiezan a tener cierta coherencia clasificatoria. Por lo menos, con el modernismo como eje central se pueden ubicar a los poetas en cualquiera de las tres generaciones. 
        En su Antología crítica de la poesía costarricense, Carlos Francisco Monge trata de subsanar el caos categorial de sus antecendentes, pero a la vez crea nuevos problemas cuando se acerca al final del siglo XX. Monge emplea algunos criterios para la ordenación cronológica, como el año de nacimiento, el período de producción, los rasgos estético-ideológicos y las influencias. Con estas divide y subdivide el espacio-tiempo costarricense en ocho generaciones: 
1- modernismo de 1900-1915 primera etapa 
2- modernismo de 1915-1930 segunda etapa 
3- postmodernismo 1920-1940 
4- prevanguardia 1940-1950 
5- primera vanguardia 1950-1960 6- segunda vanguardia 1950-1970 
7- primera posvanguardia 1960-1992 
8- segunda posvanguardia 1970-1992(10) 
        Carlos Francisco Monge agrupa estas ocho generaciones en dos períodos: uno modernista y el otro vanguardista, aunque surge un problema más profundo, el de cómo llamar a las generaciones que se entrecruzan entre 1990 y el 2001, tercera postvanguardia y cuarta postvanguardia son términos demasiado vagos, así como son los conceptos como postmodernismo y prevanguardia. De este modo, el acercamiento a la poesía joven debe enfrentarse a los siguientes escollos: la fecha de nacimiento, el período de producción o ruptura, los rasgos estéticos o tendencias, la coetaneidad y contemporaneidad. 
      En todo caso, al tratar de asir el cosmos poético costarricense, el lector observa que más que movimientos hay tendencias estéticas, más que grupo hay personalidades literarias. Por esta razón, a la hora de confrontar la poesía joven se propone que el espacio-tiempo poético se divide en seis generaciones, y que de estas nos interesa la última es decir los nacidos entre 1965 y 1980, segundo que su período de iniciación se gesta entre 1985 y el 2000. De esta generación aún no se ha hecho un análisis, porque es difícil determinar entre los jóvenes que hoy cultivan la poesía en Costa Rica cuáles obedecen a una verdadera vocación y cuáles lo hacen por curiosidad o impulso juvenil. Pero, más allá de estos problemas, como señala Oscar Tacca, la cercanía del historiador con el material que debe clasificar, segundo el desconocimiento o la apatía que surge al estudiar la literatura en pleno proceso de producción. Gracias a esto, en lugar de estudiar el pasado de la poesía costarricense, preferimos proyectarnos hacia el futuro de una generación que germina entre medio siglo de abulia y desencanto (13). 
 Confrontación con la poesía joven de Costa Rica 
       Si se leen las últimas publicaciones de poesía que hacen las diferentes casas editoriales públicas y privadas, nos damos cuenta de que existen cuatro generaciones conviviendo en un espacio reducido por los concursos, el mercado, las universidades y los centros culturales. Sabemos que la segunda postvanguardia se encuentra formada por José María Zonta, Jorge Arturo, Guillermo Fernández, Carlos Cortés, Jorge Arroyo, Macarena Barahona, Ana Istarú, Habib Succar, Milton Zarate, Mario Matarrita y otros. Esta generación se encuentra en su período de expasión y dominio, como lo demuestran las editoriales. Sin embargo, para el investigador que se enfrenta a la tercera postvanguardia o primera transvanguardia surge una dificultad más, las ediciones en Costa Rica no citan al menos una mínima biografía de los autores, de allí que en cada publicación el lector no sabe si se encuentra frente a un muchacho de veinte años, o frente a un cincuentón que acaba de publicar su primer libro. Esta dificultad no nos permitió incluir a todos los poetas jóvenes, porque se trató de ser riguroso en este punto, todos los contemporáneos deber ser coetáneos. 
        Pero, ¿es esta una generación?, ¿es acaso una generación pasiva o activa, masculina o femenina, solar o moonligth?, ¿es posible confrontarla con la generación anterior y trasanterior, o solo es un grupo de jóvenes sin vocación y mucho impulso juvenil? Todas estas preguntas es lo que quisiera responder al lector, porque solo mediante la escritura se puede ejercer la voluntad de poder sobre los textos.
 El rumbo de una generación sin nombre 
        La transvanguardia, vamos a llamarla así por el momento, está formada por los poetas y las poetas nacidos entre 1965-1980, por lo que inician su producción de textos entre 1985 y el 2000, y se deben consolidar entre 1995 y 2010, no todos, porque los nacidos entre 1975 y 1980 apenas empiezan a dar su primeros pasos en la literatura. De este modo, falta una década para que se inicie la expansión y dominio de esta generación. 
        En este panorama de la joven poesía joven de Costa Rica no aparecen todos los poetas que han publicado en la última década, por algunas razones que podemos desglosar: la poca distribución de sus textos y la falta de biografías que confirmen que pertenecen a este grupo. No obstante, en artículos siguientes trataremos de subsanar las ausencias, que sin lugar a dudas señalarán los autores en su debido tiempo. Por ahora, nos hallamos frente a 15 nuevos poetas, cuyas edades oscilan entre los 35 y 22 años. Entre los mayores están Jorge Zúñiga y Ricardo Segura, a los que le siguen Orlando Gei Brealy, Mauricio Molina, Carlos Manuel Villalobos, David Maradiaga, Luis Chaves, Cristián Marcelo, María Montero, Jenny Alvarez, Mainor González Calvo, Gerardo Cerdas, Alejandra Castro, Cristián Alfredo Solera y Laura Fuentes. Estos poetas ya tienen uno o más libros publicados en diferentes editoriales. 
          Esta generación nace marcada por un doble post -postmodernidad y postvanguardia- que deriva en la mimesis de textos, síntesis, citas reales o imaginarias, así como también el collage, el montaje y la mímica que deconstruyen y recomponen los discursos(11). No obstante, todos estos recursos pueden ser reducidos a una dicotomía entre tradición y antitradición. Otro signo, señal o huella que se puede ver es la descomposición de la poesía como un metarrelato, como un discurso que sufre cada vez más de la heterogeneidad y la disgregación. De modo, descubrimos que los poetas jóvenes están en realidad elaborando microrelatos, pues ya no es la comunidad sino las tribus, que desean emerger de las alcantarillas, porque la poesía ya no sirve para nada(12). 
        En la transvanguardia, como en un bazar, encontramos de todo, desde poesía voseante, hermética, trascendentalista, popular, barroca, surrealista, antipoética, hipertextual y lo último de la moda, minimalista o Zen. Sin embargo, se pueden establecer ciertos temas, tópicos o isotopías, mejor dicho ciertas preocupaciones que se entrelazan y dilatan en algo más de una década. Cada una de estas tendencias es heredera del siglo XX, como lo atestiguan las historias de la literatura hispanoamericana. En todo caso, se pueden dilucidar seis tendencias entre estos coetáneos-contemporáneos, que responden a la pertenencia en un grupo, ya sea un taller, una editorial, una peña o tertulia. 
     Pero, antes de entrar en detalles de clasificación surge una pregunta de rigor: ¿ha muerto el trascendentalismo?, y la respuesta aunque inocua debe ser:  No. La razón hay que buscarla en la década de los sententa, cuando nace como una sofisticación de la poesía social, a partir de allí se torna en una retórica, que los poetas de la transvanguardia adoptan sin ninguna discusión, porque es una manera de escribir, más que de pensar la poesía. Entre los poetas que se adhieren a esta tendencia están Cristian Alfredo Solera, Jenny Alvarez, Laura Fuentes y Orlando Gei Brealy. Al decir que el trascendentalismo es más una retórica, que unos postulados estéticos bien delimitados, nos fundamentamos en el uso de la metáfora que hacen estos poetas: Descubro mi perfecta vocación de alga / y apasionado / invento mi lugar en tu maceta. Orlando Gei Brealy (1966) donde los relojes se aferran / a la espuma rebelde de las tardes Jenny Alvárez (1970) Y los retratos descolgados / en el ojo desvestido de la noche / compartirán nuestras culpas. Cristian Alfredo Solera (1975) Ahora escucha / la caída de sus huesos / en el dulce ardor de la marea Laura Fuentes (1978) El trascendentalismo tiene como marca de fábrica introducir en la metáfora por complemento de término un adjetivo pospuesto a antepuesto al núcleo nominal (adj. + sust+ prep de+ sust). 
        A esta estructura meramente retórica responde la poesía urbana y culturalista, como lo es en el caso de Mauricio Molina, Luis Chaves y Alejandra Castro, quienes dentro del universo poético costarricense practican el prosema o la prosía: En un 90% las horas se pasan / intentando acelerar el retorno / a un paraíso de Nigth Club. Mauricio Molina Delgado (1967) la mitad son amigos. / como prueba de máxima solidaridad. / la otra mitad equivoco el bar. Luis Chaves (1969) ¿Desaparecido, Virginia, / Desaparecido? / Y como es eso / si vos los viste / si todo Santiago los vio pasar. Alejandra Castro (1974) 
      La poesía urbana y el culturalismo responde a la desligitimación de la poesía como relato mito-sacralizado bajo una única consigna: La poesía no sirve para nada. En tanto la tendencia a una poesía urbana se limita a describir la vida del poeta en espacios marginales como el cuarto,  el bar, el nigth club y los callejones. El arte culturalista tiene su origen en los sesenta en España y se funda sobre la glosa de textos, mass media y subliteratura. 
       Por otra parte, existe una tendencia que se une a este abanico de perspectivas que podríamos denominar regionalista e indigenista, cuyos representantes son Carlos Manuel Villalobos y Jorge Zúñiga, un breve resabio de las vanguardias continentales: Atravesé los montes con la única esperanza de encontrar en las alturas a Sebak o Sibú pero solo pude distinguir sus rostros petrificados. Jorge Zúñiga (1965)En un cañaveral el padre destapa su calabaza de agua y brinda por el peón que acaba de nacer. Carlos Manuel Villalobos (1968) 
      A partir de estas tres tendencias que son generales, se hallan otras tres que describiremos como específicas, dado que son representadas por un solo poeta, o porque son posturas marginales. De manera, que nos enfrentamos a la antipoesía de Mainor González Calvo, el intimismo de María Montero, el hermetismo o barroco de Ricardo Segura, Cristián Marcelo, Gerardo Cerdas y David Maradiaga. La antipoesía posee como rasgo predominante la desacralización del poeta como un pequeño dios, y de la poesía como un discurso serio, algo que comparte con la poesía urbana, pero esta última no tiene la dosis de ironía necesaria de la primera: Dicen /  que los poetas /  somos monos / La poesía / es como el agua del polo norte / solo que en su intestino anidan unas cuantas lombrices. Minor González Calvo (1974) Frente a esta literatura que desprecia el valor de iniciado, guía o chamán de pueblos que adquiere el poeta, está su antípoda en el intimismo del María Montero, quien dentro de los microrelatos que desarrollan los poetas de la cuarta postvanguardia, recobra los sentimientos más hermosos de sus vivencias y sueños, basando en una poesía de los cotidiano, de la memoria y el recuerdo: Cuando salgo a la calle / miro las cosas que perdí / que guardan en su recuerdo / mi recuerdo. María Montero (1970) Por último, están los poetas herméticos, que oscilan entre el barroco, el surrealismo, el culturalismo y la poesía urbana, como son los casos de Ricardo Segura, David Maradiaga, Cristián Marcelo Sánchez y Gerardo Cerdas: Me llegan ecos, lejanos de voluntad, / ausentes de poderío atravesante / más ateridos de susurro, de incitación impune. Ricardo Segura (1965) Se desdibujaron los peces profundos / que rasgaban todos los vientres del naufragio / haciendo imposible ver fuera del concierto /  que encendimos David Maradiaga (1968)La bestia es un cuerno donde los árboles / crecen como gárgolas / y la ciudad se agrieta en un vómito sin forma. Cristián Marcelo (1970) La noche se deshace en alcohol y barbitúricos, / y de una garganta un mago saca clavos de cristal, / postales antiguas donde ella baila / para despedir la nostalgia. Gerardo Cerdas Vega (1974)
 Inferencias imaginarias 
       Si tuvieramos que definir la transvanguardia como una generación estricta, tendríamos que burlarnos de nosotros mismos, o hablar de varias generaciones contemporáneas y coetáneas a la vez. Los poetas de la transvanguardia en su mayoría pertenecen o pertenecieron a los talleres literarios de la década de los noventa: Café Cultural Francisco Zúñiga Díaz, Eunice Odio, Alfil octubre cuatro, Café del Sur, Taller Rafael Estrada, Círculo de poetas costarricenses. Cada uno de estos grupos tenía sus propias dinámicas creativas, ya sea con un guía, ya sea que el organismo en sí sea su propio guía. Sin embargo, se pueden enumerar algunos rasgos que agrupan a todos los poetas jóvenes como son: el personalismo -el poeta narra su propia condición de poeta y de su poesía- esto sirve para descalificar al otro, mediante la creación de vocablos despectivos: prosemas, chistemas y retóricos. También, algo que los une más en la inmersión en la ciudad urbana y marginal, la noche como el tiempo privilegiado de la creación, además sobresalen ciertos tópicos como el amor en todas sus formas, el sueño, la muerte y la infancia, cada uno de ellos condiciona las relaciones del poeta con la realidad. Por otra parte, estos poetas se posicionan en el ambiente literario mediante una doble paradoja: La poesía no sirve para nada, pero sin embargo escribimos. Y también, nunca falta el señor erudito/ -este no tiene unidad temática. aquel formal. A lo que responde el jurado que destaca por su unidad temática y de tono que sostiene a lo largo de la obra. Entonces se critica al régimen literario, pero se espera o se desea el reconocimiento de la academia y del estado. En fin, fuera de los talleres la transvanguardia ha evolucionado hacia las editoriales públicas e independientes como Editorial Costa Rica, Editorial de la Universidad Nacional, Editorial de la Universidad de Costa Rica, Líneas Grises, Perro azul y Alambique. En estas los poetas jóvenes se han empezado a consolidar y expandir, formando una generación que se abre camino a paso redoblado. 
 Referencias bibliográficas 
(1) Ortega y Gasset, J. El tema de nuestro tiempo. Madrid: Austral, 1965. 
(2) Petersen, Julius. “Las generaciones literarias” en Filosofía de la ciencia literaria.México: Fondo de cultura económica, 1946. 
(3) Idem 
(4) Torre, Guillermo (de). “Generaciones y movimientos literarios” en Cuadernos hispanoamericanos. Madrid: Instituto de Cultura hispánica, 1958. 
(5) Idem 
(6) Idem 
(7) Segura, Manuel. La poesía de Costa Rica.San José: Editorial Costa Rica, 1963. 
(8) Bonilla, Abelardo. Historia de la literatura costarricense. San José: Editorial Costa Rica, 1967. 
(9) Duverrán, Carlos Rafael. Poesía contemporánea de Costa Rica. San José: Editorial Costa Rica, 1973. (10) Monge, Carlos Francisco. Antología crítica de la poesía de Costa Rica. San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1992. 
(11) Díaz, Esther. “¿Qué es la posmodernidad?” en ¿Posmodernidad?. Buenos Aires: Editorial Biblos, 1988. 
(12) Lyotard, Jean-Francois. La condición postmoderna. Madrid: Cátedra, 1998. 
(13) Tacca, Oscar. La historia literaria. Madrid: Gredos, 1968. 
 Referencias pasivas 
Alvárez, Jenny. Una noche para callar los nombres. San José: s. ed., 1995. 
Castro, Alejandra. Loquita. San José: Ed. Universidad de Costa Rica, 1996. 
Cerdas, Gerardo. La imagen calcinada. San José: Alambique, 1997. 
Chaves, Luis. Los animales que imaginamos. San José: Guayacán, 1997. 
Fuentes, Laura. Penumbra de la paloma. San José: MCJD, 1999. 
Gei Brealy, Orlando. La furia del musgo. San José: Ed. Costa Rica, 1995. 
González Calvo, Mainor. La sombra inconclusa. Heredia: Lit. Morales, 1998. 
Maradiaga, David. Música de animal lluvioso y otros poemas. San José: MCJD, 1999. 
Marcelo, Cristián. Entre dos oscuridades. San José: Ed. Zúñiga y Cabal, 1996. 
Molina, Mauricio. Abobinable libro de la nieve. San José: Ed. Perro azul. 
Montero, María. El juego conquistado. San José: Ed. Costa Rica, 1989. 
Segura, Ricardo. Ecos. San José: Editorial Costa Rica, 1993. 
Solera, Cristian Alfredo.Itinerario nocturno de tu voz. San José: Círculo de poetas costarricenses, 2000. Villalobos, Carlos Manuel. Ceremonias desde la lluvia. San José: Ed. Universidad de Costa Rica, 1995.

Nota: Este artículo apareció publicado en el 2001, se le han hecho unas pequeñas correcciones y supresiones con el fin de subirlo a la red, como un pequeño aporte a la historia de la poesía de Costa Rica.

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